Sobre el piso del confesionario
La historia debería terminar donde empezó. En el piso. Y tú deberías regresar, abandonar la tibia cobardía que es tu manto de soledad y regresar.
Un pequeño escarabajo atraviesa el viejo tinglado, como si fuese un recluta oprimido ante la imponencia de la pista de obstáculos, todo huele a diesel. La luz se escurre temerosa entre las rendijas de un par de puertas desvencijadas, de un roble tan viejo que pareciera tener vida propia.
¿Es una razón suficiente, el impulso ingobernable de sumirse a más de 500 años de influencia española para ir a un confesionario? En la fachada barroca de piedra tallada podrías encontrar la respuesta, si te sentaras a leerla con la mente enfocada en lo que debieras pensar. Entonces aquel ángel de alas desgastadas te miraría profundamente y te lo contaría todo, con la misma mirada que dibujas en el confesionario, cuando entras y te arrodillas, sumisa, humilde y paradójicamente inocente.
“Ay padre, siempre me pregunto cómo será cuando "ella" (cualquiera) es cuando tiene sexo?? O, cómo lo hará fulano??, Qué color de ropa interior lleva puesto??, tendrá belludas las piernas??, etc.!! No sé, eso es todavía más entretenido, bueno, a veces la gente puede interpretar eso como "depravación" o qué sé yo, el punto es que me gusta imaginar. Mi gran problema es que a veces suelo imaginar demasiado y bueno, acorde a las cosas que escucho o lo que veo, comienzo a imaginar historias en mi cabeza, es chistoso, suelo relacionarlo con cosas que me han pasado... si les contaraaa....uuuh... mucha información”
Y las palabras de aquella niña cayeron como semillas fértiles en un campo inhabitado. La cincuentenaria mente del padre comenzó a levantar el vuelo, giró sobre su propio eje transformándose en una milagrosa máquina del tiempo que recorrió más de 30 años. En apenas un par de segundos el casi anciano eclesiástico regresó a su juventud. Hacía años que no había podido volver a figurarse aquella escena remota, junto a su mejor amigo, el adolescente sobredesarrollado y precoz que lo introdujo a la teoría de las artes amatorias orientales, las luces de los autos en la Amazonas (cuando ésta era doble vía), un boulevard neorrenacentista con todo tipo de visitantes deambulando en busca de algo, una cosa que ni ellos mismos sabían definir con exactitud, pero que la sentían y hasta cierto punto la imaginaban. El escenario no podía ser más propicio para entablar la conversación, sentarse en la banca de piedra y mirar al mar de vehículos oscilar, como gobernado por algún tipo de magnetismo lunar.
La escuela tántrica y la taoísta, hacía tanto tiempo que no lo había pensado. Y mientras las palabras de la confesión deambulaban como un escaso caudal de riachuelo, recordaba, haciendo un recuento.
Había pasado más tiempo estudiando aquellas artes de lo que pasé estudiando teología en el seminario, y tuve que olvidarlo todo por el bendito voto de castidad, sin embargo, no borré de mi mente ese bagaje, solo estuvo escondido, ahora puedo volver a abrir la puerta de esa sección de mi memoria y encontrarla distribuida cuidadosamente, las estanterías de pino viejo, empolvadas y cada tomo cuidadosamente encuadernado en cuero azul con títulos en letras doradas. La escalera yace esperándome, ha permanecido en el mismo sitio a pesar del paso de los años. Por fin encuentro aquel volumen ampliamente censurado por mis más innaturales principios, al abrirlo puedo absorber la fragancia juvenil que emana del papel y la tinta.
Después de mucho estudiar, había llegado la hora de ponerlo todo en práctica, y para ello, había encontrado a la compañera perfecta. Tenía quince años y una experiencia sensorial tan incipiente que apenas distaba de la de una niña de escuela.
Y mi intención en ese entonces no era muy distinta a la de un niño que acaba de recibir un carro de juguete y quiere salir a la calle para dejarlo que corra por la empinada pendiente, hasta perderse en el olvido. Habíamos decidido ir a su casa, yo le dije que tenía algo para experimentar, pero que necesitábamos estar a solas, ella accedió y lo planeó todo para el día en que sus padres salieron de viaje. Aquella mañana, estuve puntualmente a la sombra de la planta de marco que cobijaba la puerta de su casa, eran las 8 de la madrugada. Como queriendo esconderme, lancé tímidamente un par de piedras a su ventana, y el portero eléctrico soltó un chispazo que abrió la puerta. Yo llevaba mi mochila negra, jeans azules, camiseta blanca de algodón y mis botas de combate, uniforme diario para no complicarme con elecciones diarias de atuendo.
Entré a su sala, y la encontré allí, recostada con cara de sueño, todavía tenía puestas sus tres pijamas encima, y no parecía haber despertado del todo, entonces la besé en la mejilla y le dije que descansara, que yo prepararía todo para su sorpresa. Ella volvió a entrecerrar sus ojos y se quedó profundamente dormida en el diván.
En mi mochila llevaba mis manuales amatorios, legados por mis maestros y tutores orientales. El incienso, las velas, el aceite, fueron cuidadosamente dispuestos en la habitación de acuerdo a las reglas del Feng Shui. El escenario del amor debe ser preparado con minuciosidad, cerré las cortinas cortando el paso a la luz, coloqué música instrumental Celta y para bañar la escena de luz roja, cubrí las lámparas con tules y las encendí. La cama fue cuidadosamente tendida, ahora recuerdo que mi corazón se aceleraba de emoción al saber lo que estaba preparando, como si quisiera adelantarse en el tiempo, salirse de mi pecho e invadir la escena que con impaciencia empezaba a aproximarse.
La respiración se me aceleró, y traté de hojear rápidamente mi manual taoísta para no olvidarme las secuencias.
Descendí las escaleras, me acerqué y posé mis labios sobre su rostro, calentado por la energía radiante de sus sueños; cuando despertó me tomó entre sus brazos y me estampó un beso profundo que me sumió en un estado de trance, casi inmediatamente. Mis manos procedieron casi automáticamente a liberarla de sus múltiples atavíos, como un lobo que corre tras su presa fui en busca de su piel y no tarde en encontrarla frente a mí completamente desnuda, entonces me tomé mi tiempo para disfrutar de su silueta exquisita, como queriendo bebérmela con los ojos.
Subimos al escenario tomados de la mano, al llegar le pedí que cerrara los ojos, tomé un trozo de seda blanca y vendé sus ojos, luego la ayudé a recostarse sobre el edredón que todavía guardaba su propio calor corporal. Junté mis manos sobre mi plexo solar y acumulé energía, entonces procedí a acariciar su piel, sin tocarla, y podía sentir como su ardor se sumergía en mis manos, como una capa invisible de calor, procedí a extenderla por cada uno de sus poros. Cuando terminé de recorrerla tomé aceite y me dediqué a disfrutar de su piel, a humedecer cada rincón con aquella capa de elixir relajante. Trataba de prestar atención a sus reacciones, y pude ver cómo cambiaba la rigidez de sus pezones, y cómo lentamente los muslos empezaban a temblarle. Había llegado el tiempo de las caricias, le retiré la venda con delicadeza impensable para aquel estado de excitación, nos arrodillamos frente a frente y empezamos a acariciarnos mutuamente sin dejar de mirarnos a los ojos, empecé por sus brazos, y lentamente fui subiendo hasta su cuello, hasta que abrió la boca y observé su lengua que salía en busca de mi, entonces me tomó la mano y me dirigió a la exquisitez infinita de sus senos, y después de explorar cada palmo me dirigió a su vientre. Exploré lentamente con mis dedos cada rincón de sus comisuras, mirándola abrirse ante mi como lo hace una flor en primavera para captar los rayos del sol, entonces no soporté contenerme más y me atreví a saborearla, sumergido entre sus aromas y sabores me perdí en el tiempo.
Ella gemía y me pedía más, yo la complacía, mis entrenamientos de esfínter me permitían mantener el control y no llegar al petitte mort. La complací una y otra vez, sus orgasmos fluían con enorme facilidad y yo apenas podía creer que todo lo que había leído había rendido sus frutos, ahora había comprobado que todos aquellos empíricos arrogantes que presumían de sus habilidades, no tenían idea de cómo hacer disfrutar de verdad a una mujer, y sentía el poder sobre mí, quería más, quería hacerla explotar una y otra vez, hasta que ya no pudiese sostenerse en pie. Después del quinto orgasmo ella suspiró y cayó rendida sobre mí; dormimos durante más de 8 horas, hasta que nos despertó el crujir de la puerta, ¡había llegado su mamá!
Cuando el padre recordó el crujir de la puerta, un sonido exacto al anterior se producía al levantarse la niña del confesionario, mientras ella se alejaba alcanzó a escuchar su murmuro “Este padre, cada vez está más viejo, ahora sucede que hasta mis pensamientos más atrevidos le parecen poca cosa y se termina durmiendo”
Una carcajada muda se disimuló entonces en aquella caja de madera, y la historia termina con unos pasos que resuenan sobre el enorme tinglado colonial, el escarabajo todavía lucha por escapar de la pista, y los últimos rayos de la tarde caen sobre el piso liberando las últimas partículas de diesel, todo regresa a donde debe estar, al piso.
<< Home