Pecadores y Engranajes

"Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya." Ernesto Sabato

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Nombre: Ingeniador
Ubicación: Quito, Pichincha, Ecuador

martes, agosto 29, 2006

Tiempo de lágrimas ajenas

¿Podrías asegurar que has visto el alma de una persona a través de un cristal empañado de lágrimas?

A veces es tan simple como detener tu mirada, estacionarla en el escudo inagotable de los párpados y sentir que eres un vaso vaciándose para dar cabida a la oscuridad; y cuando el halo sombrío empieza a verterse sobre ti te olvidas de tu tacto, las voces se callan por completo y una nueva sensación empieza a nacer, crece como una enredadera mágica por tu espalda y se disemina rauda por toda tu piel.

Muchas veces le he cargado el arpa al Patán, pero ahora el escenario había cambiado. Quería creer que la ciudad se había detenido en el tiempo, en los años 50 y me esforzaba por sumergirme en esa realidad mezclada de rostros intemporales, como cuando te lanzas a una tina de agua caliente y te quedas flotando boca arriba con la mirada perdida, dejando que el calor invada tu interior a través de cada poro húmedo; es una pena que la sensación no me duró mucho, a la vuelta de la primera esquina las mulatas bailaban reguetón, señal inequívoca de que estábamos en pleno siglo XXI. Las calles coloniales se extendían bajo un orden parecido al de mi natal Quito y yo insistía en buscar un interlocutor fosilizado que me explicara más sobre la magia de estos senderos centenarios.

¿Aquella iglesia no podría ser más linda sabes? Piedras milenarias que llevan talladas huellas de historias ancestrales como las arrugas se graban inevitables en los rostros de los ancianos. Podría jurar que aquel ángel de alas caídas empezó a susurrarme una historia de corsarios; creí escuchar que su mutilación ocurrió el mismo día en que encontró un rostro capaz de convencerle de romper su cápsula de piedra e invadir el mundo de los humanos.

¿Qué es eso tan fuerte que te tentó a hacerlo? quise preguntarle. Y me contó que en el tiempo en que las casas del antiguo malecón eran tan sólo una pequeña selva costera repleta de caimanes, había llegado un barco pirata atiborrado de bribones sedientos de alcohol y lascivia. En aquellas épocas se rumoraba que en la isla se hallaban las más ardientes mujeres y el mejor ron del mundo; el tipo de atracciones que aún son irresistibles para el común de los hombres sin importar su raza o nacionalidad.

Siglos antes de promulgada la ley que prohíbe a las isleñas enamorar a los yumas, cayó la tarde en que llegó la carabela pirata; cientos de hombres desembarcaron y emprendieron una carrera frenética por las calles escleróticas de piedra, como si fuesen lenguas de fuego voraces arrasando el campo plagado de trigo seco, la mirada desorbitada propia del criminal que ha perdido el juicio cuando se aturde frente a un botín inalcanzable que yace suculento a un par de pasos, el olor a muerte es tan familiar al hombre que es sencillo percibirlo; como cuando el aire se aligera momentos antes de la tormenta, casi puedes sentir el frío de la lluvia que inunda tus pulmones.

Una horda de criminales a las puertas de esta iglesia, esperando su oportunidad de violar la frágil pasividad de las mujeres escondidas en cristiana penumbra, fue entonces que lo vio surgir de entre la multitud; el sol resplandecía sobre su rostro impidiendo la contemplación de su figura, mas la oscuridad de sus ojos era capaz de romper aquella luz cegadora y hundirte en su sombra; cuando te atrevías a explorar su abismo podías sentir que su soledad era una muralla para detener las emociones y el tiempo, por un instante podías sumirte en el vacío, en el no ser, en el no estar; es una maldición que debieras abandonar ese sitio, pues todos lo que han ido allí son inevitablemente perseguidos por el anhelo de volver.

Con la súbita violencia de un tornado irrumpieron los hombres en el templo; y de nuevo el llanto, que se mezcló con la sangre. El olor penetrante a pecado y traición me hizo despertar.

"Eh tú, dame tu carné!" le gritaba el policía a la pelada del Patán. Mientras él le propinaba el súbito e instintivo abrazo de la muerte, yo miraba atónito sus ojos desleídos y casi podía sentir su corazón partiéndose a cada latido, mientras se despegaba de su amado para emprender la fuga incomprensible de aquel que corre sin acabar de entender la injusta razón por la que es perseguido.

Ahora tienes esa mirada, y cuando me escogiste para desahogarte lo supe, antes de que empezaras a hablar sabía que aquel frío acariciándome con ternura antes de la tormenta solamente podía ser el presagio de tus ojos desechos sobre la arena teñida de impotencia, quise permanecer como un témpano de hielo inmutable sobre el mar de tu vulnerabilidad y quedarme quieto a esperar que te repongas; a agradecerte el llanto derramado sobre mi corazón que es un campo infértil, y recibir tus lágrimas con la misma alegría que un niño recibe el juguete de sus sueños, mientras mi conciencia me grita todo el tiempo que soy un ser despiadado por agradecer que sea tiempo de lágrimas ajenas.