Amuleto de tristeza
He preferido creer que el mundo me habla a mostrarme ciego ante el destino. Su lenguaje para mi, es el más complejo sistema imaginable, todo está dispuesto para aquel que quiera aventurarse en el reto interminable de descifrarlo.
Piensa en la forma de las sombras que se proyectan ante cada lengua de fuego, especialmente diseñadas para ti, para este preciso momento y para este puntual lugar; la danza a contraluz interpretando historias amalgamadas en el interior del árbol que generoso te brindó sus entrañas para cobijar los escalofríos itinerantes de esta noche de verano.
La fogata asciende con la pausada violencia de un niño incansable en el desesperado intento de tomar las estrellas del cielo con las manos. El lienzo efímero es la irregular cubierta de la tienda de campaña, su color se proyecta hipnotizante, cambiando con cada ráfaga de viento; si te concentras un poco alcanzarás a vislumbrar el rostro del caballero perdido entre los susurros cálidos del bosque misterioso. Si te fijas bien podrás reconocer los destellos de la hoguera rebotando incontables sobre su piel; y en la mirada una creciente expresión de sorpresa. A las puertas del enorme horno de pan, desmonta de su caballo y se acerca con cautela; en el interior reina la penumbra a veces interrumpida por el itinerante centelleo de las cenizas que se rehúsan a dejar de respirar.
Silencio.
Una llamarada enciende el hogar del horno con súbita rapidez e inmediatamente el rostro del caminante se fosiliza, su aliento está cortado, como si el aire fuese demasiado denso para poderlo respirar, es como una masa gaseosa petrificada frente a tu rostro, sofocándote hasta hundirte en la más absoluta desesperación.
El cuadro de los duendes entrando al horno es espantosamente grotesco, sus cuerpos son realmente pequeños, de extremidades abultadas y retorcidas, como si hubiesen sido moldeados en arcilla por algún aprendiz de alfarería en su primer intento por recrear la grácil figura humana. Tienen la piel verde, como si hubiesen sufrido hematomas que nunca sanaron; las cabezas aplanadas exhiben esporádicamente acumulaciones de ralo cabello cano y sus narices se asemejan a tubérculos recién desenterrados tanto en higiene como en textura. Su comportamiento denota un alto grado de enfurecimiento; empiezan a desordenar las hogazas de pan quemado en una carrera frenética que desafía la paupérrima movilidad de sus piernas y brazos deformes, buscan algo con absoluta y amarga desesperación y no lo encuentran; el hálito del caballero lentamente se recupera y el pánico empieza a transformarse en repugnancia, el horno tiene ahora un nauseabundo olor a azufre.
Los duendes exhaustos renuncian a la búsqueda y se sientan uno junto a otro apoyando sus cuerpos amorfos sobre la áspera pared tibia. Mientras el aire silba entre las hojas de los arbustos, y derrama su canto monacal sobre la escena en conjunción perfecta con la pálida luz de Selene, empieza el diálogo de voces agudas y estridentes.
“Lo perdí aquí hace dos noches estoy casi seguro ¡maldita sea!”
El más antiguo de los humanoides imprecaba hasta el cansancio, y maldecía y maldecía. Su camarada cansado de soportar los gritos electrizantes y furiosos intentó calmarlo:
“¡A callar! no tenemos más remedio que dejar de buscar con los sentidos terrenales, tendrás que contar la historia para poder sintonizarnos con las vibraciones del amuleto”
Acto seguido, el duende viejo refunfuñado echó un par de patadas al aire y se arrojó contra el piso con absoluta violencia reprimida.
Y es que pienso que jamás te han querido así,
A la final el temor es más grande y gana…
Me quedo sin saber si esto terminó,
Aun no se cuál es y si tendrá un fin esta historia…
Solo se que un día dos personas se conocieron,
Subieron y volaron alto a otro mundo, un mundo suyo,
Sin darse cuenta cayeron…
Ahora solo se encuentran en lo sueños,
Instantes después la doncella fue llevada de nuevo al claro. Al descender del corcel, sintió el lodo frío entre sus dedos y la tristeza empezó a clavarse en sus tobillos y súbitamente a trepar como un insecto enorme sobre su piel, recorriendo sus piernas, su costado, hombros y cuello hasta instalarse en su cabeza, como la viva imagen de un hombre gritando:
“te pienso todo el tiempo, todo el tiempo”
Con la cara empapada en llanto de emociones mezcladas, la doncella huyó despavorida de la escena.
La noche que siguió era hermosa, una oscuridad nítida repleta de estrellas, pero el corcel permanecía inmóvil en el mismo sitio donde la doncella descendió, con la mirada fijamente perdida en el broche que ella había olvidado; y continuó así durante horas… días… semanas…
La leyenda cuenta que su tristeza fue tal, que el poder de los potrillos encantados se contaminó de ella, y la bruma espejismo acabó transformándose en un pesado manto de arena fosilizante, que al precipitarse sobre el bosque lo sepultó todo.
El broche lo hallamos junto al cadáver petrificado del corcel, y con la amargura que lleva dentro puedo hacer pócimas infalibles, ¡maldición por qué lo he perdido! ¡MALDICIÒN!”
Cuando el duende terminó su relato, los pájaros del bosque empezaron a rezar su bienvenida al nuevo día y los grotescos seres desaparecieron de la escena como por arte de magia. El caballero entonces, tomó un leño voluminoso y con esfuerzo descomunal derribó todas y cada una de las paredes del horno, hasta lograr encontrar el amuleto de la tristeza.
La fogata se ha consumido, todos han ido a dormir hace rato ya. No alcanzaron a escuchar ni la mitad de la historia, es un camino solitario el de aquel que ha escogido descifrar el lenguaje del fuego, es una carga de inevitable soledad. Mas ahora puedo compartir la tristeza milenaria de aquella doncella, y apagar el brillo de mis ojos a placer, percibiendo un mar de llanto real que se vierte ciego sobre las entrañas incandescentes de la tierra mágica, lejana e imaginaria.
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