Pecadores y Engranajes

"Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya." Ernesto Sabato

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Nombre: Ingeniador
Ubicación: Quito, Pichincha, Ecuador

lunes, octubre 09, 2006

Amuleto de Esperanza

¿Aún crees que los ángeles son seres celestiales que han bajado a la tierra para protegerte? ¿O que se esconden entre otras personas simulando ser quien menos esperas para no abandonarte solo a tu suerte?

Un par de veces he creído sentirlos a mi lado, su presencia inundando el aire con esperanza y sumergiéndote en un estado de vigilia frenética capaz de llevarte a destinos inesperados; en otras ocasiones cuando he pensado estar vencido, ha llegado de la nada una fuerza inexplicable que pareciera encender cada pequeña célula del cuerpo y propagarse como si fuese un incendio sobre un campo de trigo seco y solitario, bajo la oscuridad de un cielo cargado de llanto. Cuando estás lleno de ese fuego incontenible te transformas en un cometa que surca el espacio a velocidades impensadas, tratando de alcanzar la velocidad de la luz y por pura curiosidad atravesar la barrera del infinito.

Las rutas de las calles te traen siempre historias inesperadas, sobre la ciudad se extiende un sembrío intrincado de personajes simultáneamente frívolos y originales. Corría la tarde un domingo común cuando recibí un mensaje de mi amiga Ne que me pedía le acompañara a la biblioteca en busca de un texto de frenología; accedí empaquetando en el mismo mensaje de respuesta, una solicitud de explicación detallada sobre el objeto de investigación. Cuando nos encontramos, la Ne me contó que hubo una época en que la gente creía que la forma del cráneo de las personas caracterizaba su nivel de inteligencia y su personalidad. Fuimos hasta el centro, y vagamos por las rutas de piedra serpenteante, hasta dar con la legendaria biblioteca, el umbral de la casa antigua despertó en mi plexo un creciente sentimiento de ansiedad inexplicada, luego de ubicar los libros entre las fichas de cartulina casi milenarias de los archivadores, abandoné a la Ne para dirigirme hacia el bonito balcón colonial, que alojaba simultáneamente a una mesa, un par de sillas y la vista panorámica del empedrado caprichosamente ascendiente. Al poco rato la Ne hojeaba a mi lado uno de los 3 libros escogidos, yo me hallaba enfrascado tratando de analizar esa teoría ridículamente interesante, tratando de ocultarme en una esquina del balcón, mirando a la gente pasar, en espera de casos de análisis. ¿Has sentido esa concentración total en una tarea? Es como si tu cuerpo se quedase plantado y el resto de ti saliera en busca del objetivo sin importarle absolutamente nada, solo conseguir descifrarlo, eso y nada más. Esa noche mis miradas se clavaban sobre los cráneos de los peatones circundantes, tratando de enfrascarlos en una categoría que me permitiese predecir su comportamiento frente a determinada circunstancia. Cabezas achatadas, aplanadas, alargadas, los rostros perdían importancia, estaba completamente enfocado en clasificar formas craneales. La tarde seguía su paso ininterrumpido e iba cediendo terreno a la oscuridad; cerré los ojos cansados de observar con tanta presteza, por un instante. De pronto la Ne se levantó y al abrir los ojos, la lámpara de la calle proyectó sobre su cabeza un halo triangular, la luz impregnó en mi retina un símbolo que me parecía familiar, parpadeaba y lo veía cada vez con mayor claridad, flotando sobre las imágenes que poco a poco se iban aclarando. Para distraer mi atención, tomé el más antiguo de los libros que había escogido Ne, y me puse a hojearlo de principio a fin. Al llegar a la penúltima hoja mis ojos saltaron de sus órbitas y el frío polar recorrió estrepitosamente mi espina dorsal, el manuscrito que yacía doblado tenía dibujado el símbolo que visualicé.

Ne estaba completamente sumergida en su tarea investigativa; tanto que no pudo darse cuenta de la expresión de asombro que levemente se me escapó junto a un sofocado hálito. Con los ojos inevitablemente clavados sobre aquel símbolo misterioso, abrí el pergamino con cautela. Contenía un texto apenas legible, pero que parecía tener una tierna expresión de rostro anciano arrugado, magistralmente pintado por el tiempo sobre un lienzo sincronizadamente envejeciente.

Desde la partida de los elfos de estas tierras, hace siglos ya, los cambios han sido constantes en el comportamiento de la humanidad, una era de oscuro fanatismo se cierne sobre el destino de los hombres; los textos atávicos de los antiguos reyes de Valinor, han perdido su rostro de sinceridad y benevolencia; en estos días son considerados veneno para las mentes endebles; y el conocimiento es atesorado por unos pocos escogidos que se esconden en recovecos de sagrada penumbra. El joven Hacedor de cuentos ha sido apresado por atreverse a componer historias usando el estilo mágico de los antiguos reyes. Se le acusa de conspirar a través de sus textos, para despertar poderes prohibidos que yacen ocultos en el corazón de sus congéneres.

En este momento se prepara el interrogatorio, en uno de los húmedos y oscuros calabozos del monasterio:

"¿Como pueden sostener que mis ideas son un atentado a la humanidad, mientras ustedes por el hecho de pensar diferente son capaces de aterrorizar países enteros y sumir a toda una era de la humanidad en el oscurantismo? Sin la magia de los sueños el mundo es gris, una enorme celda repleta de gente reducida y amalgamada en desesperanza; la imaginación no es una criatura enferma y amenazante, es por eso que renuncio a creer que he nacido para sufrir en un mundo limitado al tiempo y al espacio que ustedes quieren imponer."

Garruchas, Garrotes, Potros, castigos de agua y de cuerda, en profunda consonancio con los lamentos transformados en macabra armonía de coro gregoriano. Los monjes inquisidores con absoluta frialdad preparaban el escenario para someter al Hacedor de cuentos a los más horrorosos dolores que el cuerpo humano pudiese soportar. Las paredes del calabozo parecían estar recubiertas de lágrimas y dolor, un aire de amargura tapizaba las lúgubres murallas de piedra desnuda apenas alumbradas por lámparas de aceite; el sonido mecánico de las máquinas afinándose, golpes secos y sordos acompañados de quejidos lejanos que erizan la piel del más despiadado verdugo, y en medio de la escena la voz del inquisidor levantada con la violencia de una hoja de guillotina, se soltó:

"Todo lo que sale de tu boca es producto del demonio, todos los que han pasado por aquí han sido emborrachados del vino putrefacto de Satanás, tú lo sabes bien..."

" Inquisidor, ¿ahora se te ocurre que la santa madre iglesia va a limpiar el mundo a través de la divulgación de la imagen de un dios vengativo y de la condenación absoluta a aquellos que piensan diferente? Pues precisamente la cruz que ustedes portan representa el sacrificio mortal de un hijo divino, para permitirnos pensar diferente, creer en esa fuerza inexplicable que lo gobierna todo y que nos transforma a todos en hermanos, producto de una misma savia con un destino común por construir. Acaso en este mundo de amor fraterno y respeto a las creencias ajenas, no puede haber lugar para la magia, para que el hombre ejercite su grandeza a través de la imaginación sin hacerle daño a nadie.

"¡Te atreves a hablar de nuestro señor y ensucias su nombre con solo pronunciarlo! ¿Qué puede saber un hereje ignorante como tú acerca de la real naturaleza de las cosas? Yo he devorado cientos de tratados de teología y demonología, y todos coinciden en predecir cada una de las barbaridades que salen de tu boca! "

El rostro del inquisidor que hasta el momento había permanecido sereno e inmutable, súbitamente se transformó; como si ahora fuese un venado indefenso herido de muerte por los argumentos contundentes del interrogado.

"Podrías leer todos los libros que se han escrito, descifrar las mayores verdades encriptadas en los textos, y aún así no entender lo más mínimo acerca de la vida. Has transformado lo que sabes en ciencia, en una prostituta al servicio de la institución que pretende quitarle el brillo de los ojos a la humanidad ¿y ahora te regocijas de haberlo hecho?"

El inquisidor se alteraba, cada vez más, mientras la exasperante calma procedente de la paz interior del hacer de cuentos, acababa por desafiar su autoridad como nadie hasta el momento había podido hacerlo

"Es la voluntad de dios, que sus fieles siervos acaben con los lobos que persiguen a su rebaño"

"Yo no cuestiono su voluntad, como tampoco cuestiono la de la magia que es parte de su creación y que ustedes consideran cosa del demonio tan solo por serles desconocida ¿Acaso tú no me has hablado de que tus conocimientos te dan autoridad para juzgarme? ¿Y si no sabes nada sobre el tema del que me acusas, no te transformas acaso en la ignorante víctima de tu despótico egocentrismo? ¿ Acaso aquel que no piensa como tú, es entonces necesariamente inhumano? Ni siquiera he negado a dios, he respetado tus creencias y las he asimilado, aún cuando tú desprecias las mías y las tildas como demoníacas por el hecho de ser diferentes. ¿Acaso hablar de poderes invisibles es ser un instrumento del demonio? Si es así, también lo eres tú; porque dios actúa a través de esos poderosos caminos misteriosos que no podemos percibir

Las palabras sinceras y profundas del hacedor de cuentas, escondían una verdad simple pero punzante, como una afilada flecha de plata resplandeciente en imparable vuelo sobre el firmamento se dirigían en busca del torturador hasta acabar con su aparente inmutabilidad

"¡Confiesa tu pacto con el diablo! ¡CONFIÈSALO!

"Si estas han de ser mis últimas palabras, quiero decirte que no voy a confesar nunca esa mentira, ¡La magia de la que te hablo existe en la imaginación de la gente, por voluntad de dios y al igual que la fe es un instrumento divino!"

El tormento de agua inició y el Hacedor de cuentos fue cruelmente torturado durante medio día. Luego vino el tratamiento de cuerdas, potros, garrotes e infinitas barbaridades más durante largos minutos… horas… días… El final de la vida del acusado llegó sin que este pronunciase la menor palabra de confesión. Cuando el cuerpo casi desecho del Hacedor de cuentos fue levantado de la máquina que le propinara la muerte, el inquisidor ordenó quemarlo en una hoguera común con los demás ajusticiados. Un grupo de sirvientes encapuchados entró en la habitación, las pisadas iban dibujando huellas en mosaico sangriento sobre las escaleras del templo. Decenas de cuerpos semidescuartizados fueron transportados esa noche en una macabra caravana desde los calabozos al patio posterior del monasterio.

Una joven novicia lloraba desconsolada y casi petrificada de miedo, le había sido asignada la tarea de registrar a los cadáveres para garantizar que los artilugios o amuletos posiblemente en posesión oculta de los condenados fuesen también a dar a la hoguera.

¿Alguna vez has sentido una emoción tan súbita e intensa que inmediatamente te anega en total decaimiento e insensibilidad? Los encapuchados apilando cadáveres, produjeron ese efecto en la doncella. Uno tras otro desfilaban los rostros inhertes de los condenados, un calidoscopio tenebroso, como si estuvieses escondido debajo de un matorral y tus perseguidores apuntasen sus lámparas en tu dirección, cada rostro es un haz de luz que te encandila y que te dice que vas a ser encontrado, inevitablemente, el pánico se apodera de ti, y solo atinas a cerrar los ojos, ya no quieres ver más, pero tienes que hacerlo, no hay alternativa.

El último de los rostros que la doncella observó, era diferente, sus ojos a pesar de estar vacíos tenían una profundidad, serena e inexplicable, cuando ella lo observó supo que aquel cuerpo inerte esperaba poder decirle un último mensaje, sintió un súbito impulso de inspeccionar su cuello, aquel hombre guardó en su última mirada el pedido de salvar su escapulario. Ella lo tomó en secreto antes de que la llama final acabara de encenderse, sepultando la vida y obra de aquellos hombres en las cenizas del abandono.

La joven salió del monasterio descendiendo por una lúgubre y oscura escalinata apenas iluminada por la luz de luna llena. Al salir del tugurio sintió una brisa polar abofetearla en sus mejillas y exhaló un profundo suspiro, tomó el escapulario que había guardado en el bolsillo derecho de su hábito y mientras caminaba descuidada, lo examinó a contraluz para verificar si tenía algo oculto entre las imágenes sacras. Cuando alcanzó a distinguir vagamente una lista de números, sintió una presencia a sus espaldas y automáticamente haciendo gala de buenos reflejos, se volteó. Un monje gigante, vistiendo hábito negro había capturado sus ojos, y ella se sentía hipnotizada, como si en las pupilas de aquel desconocido hubiese presenciado siglos de historias inexploradas en tan solo unos segundos. El monje abrió su sotana y colocó un libro antiguo sobre las manos de la joven, que inconscientemente las había extendido rendida ante la mirada de aquel desconocido. Ella cerró sus párpados por un instante corto, como si la ternura que aquella figura emanaba fuera verdaderamente soporífera, como un tibio manto de paz en medio de la guerra; cuando abrió de nuevo sus ojos, el monje había desaparecido.

Al llegar a su cabaña, la joven encendió un candelabro y colocó sobre la mesa el antiguo volumen obsequiado por el monje, El texto relataba la leyenda del reino de los unicornios blancos, después de la caída de la bruma espejismo que protegía la morada de los unicornios. Contaba que la desesperanza campeó en el reino después de aquella tarde y que los corceles mágicos estaban por emprender su peregrinaje en busca de los últimos elfos del bosque, para acompañarlos a su morada final.

La tristeza de la princesa que lloró en el claro era absoluta e inconsolable, y se debatía sola al borde del abismo de la locura sin que nadie pudiese hacer nada al respecto. La tarde en que los unicornios se decidían a partir, el padre del corcel petrificado por la caída de la bruma decidió hacer su última visita a la princesa, para obsequiarle un amuleto en memoria de su hijo. Se trataba de un par de varitas negras, cada una coronada por un dueto simbólico, en representación de la multiplicación de la esperanza. ¿Alguna vez has sentido un llamado claro en tu interior, algo que sencillamente no puedes resistir, y te sientes obligado a ir en su busca? La princesa, durante el ocaso volvió al claro donde había conocido al corcel, el escenario no podría haber sido más desesperante y sombrío, aquel era el lugar más gris e inerte que ella había visto en su vida. Un enorme unicornio negro salió como por arte de magia a su encuentro, con llanto incontenible la doncella rompió a indagar:

"Que alguien me diga ¿cuándo, yo no me di cuenta quién me puso un amuleto de la tristeza, cuándo me lo pusieron?

Ya nada me da alegría, se que me falta vivir más, pero ya no sé qué más puedo vivir, he visto mi futuro y no me ha gustado. No me dijeron cómo se quita….cada vez es peor, siento que me voy apagando, me robaron las flores de colores que llevaba conmigo, me quitaron para siempre la sonrisa, me sorprendieron por la espalda, alejaron por momentos de mi las cosas dulces, alguien debe saber alguna receta mágica, algún hechizo para volver el tiempo atrás, para volver y recoger palabras que se regaron inconscientemente, recoger esos besos que no debían darse, alguien dígame la receta, yo no me arrepiento de nada de lo que he vivido pero algunos hechos no me han dejado crecer y me han alejado, me han encerrado en las tinieblas…"

Las lágrimas de los ojos de la doncella se detuvieron como contenidas por la dulce y profunda voz telepática del corcel, y la princesa sintió un halo de calor que naciendo de su vientre iba lentamente creciendo y cobijando el resto de su cuerpo, con cada respiro su cuerpo se llenaba de paz y su mente dejaba de divagar; su rostro se iluminó cuando miró su nuevo amuleto, y recibió con gracia la advertencia del corcel acerca del poder de aquel objeto si no fuese usado para su cometido.

Lo que ahora tienes en tus manos es nada más que un símbolo de lo que llevas en tu interior, es ahora tu misión el combatir la desesperanza en el reino de tus ancestros, cada varita es inútil sin su par, y en cada una de ellas nace un nuevo par de símbolos que representan la multiplicación de la esperanza que yace en el amor. Es ahora tu deber multiplicar la paz que has encontrado a través del poder de este amuleto reconfortando a tus fraternos allegados y acompañando sus soledades en busca de lo que alguna vez creíste perder.

La leyenda termina relatando que los años advenedizos a la partida de los corceles fueron una era de prosperidad y afianzamiento de los lazos de parejas, y hubo mucha natalidad en el reino y mucha felicidad también, incluso para la princesa, que encontró al verdadero caballero de sus sueños, y cuando por fin lo tuvo a su lado, ocultó de nuevo el amuleto para que sirviera de apoyo en los tiempos de desesperanza de quienes en el futuro volviesen a caer en la desesperanza.

Al terminar la joven la lectura de la reliquia que había llegado a sus manos, advirtió que en muchas de las páginas había caracteres que parecían no corresponder a la escritura del resto del texto. Luego de transcribir la lista de números ocultos en el escapulario se le ocurrió la idea de relacionar a aquellos números con los caracteres no correspondientes en el texto. Cuando acabó de ordenarlos, descubrió la ubicación del amuleto, apenas a un par de miles de pasos de su morada; y aquella misma noche partió a desenterrarlo. Momentos después las varitas resplandecieron jubilosas bajo la luna llena, inundando el aire con fragancias alucinantes. La joven, peinó su hermoso cabello azabache utilizando las varitas como peinetas, y un halo de paz cubrió su rostro transformándola en figura angelical. A los pocos instantes, la voz de la joven elevaba un clamor enternecedor que rebotaba en las puertas de las casas aledañas a la plaza central del pueblo, convocando a todos los habitantes que no tardaron en despertar y escuchar absortos el relato inequívoco y desgarrador de las barbaridades que se cometían en el convento.

¿Has estado en medio de una turba enfurecida, y has sentido cómo el clamor encendido de la justicia se clava sobre tu espina llenándote de euforia?

Todo el pueblo fue profundamente conmovido por el relato de la dama, e inmediatamente un grupo de hombres en edad de lucha, acudió a las puertas del convento, para sostener una pelea con sus ocupantes. Cientos de monjes armados acudieron de inmediato a los muros impenetrables del retiro, para calentar aceite y alejar a los invasores, mas los jóvenes del pueblo habían decidido invadir el edificio utilizando las salidas secretas que muchos clérigos utilizaban para escapar por las noches en busca de fechorías. El grupo de jóvenes héroes se dirigió hasta la puerta principal y la abrió de par en par, permitiendo el paso de la turba enfurecida. En pocos minutos los sacros ocupantes del claustro fueron reducidos; el inquisidor montado en su caballo huyó hacia una quebrada cercana.

Con la luz del sol en el levante, los monjes fueron expulsados del pueblo y el inquisidor fue hallado muerto sobre el lecho del río, al parecer su corcel se negó a saltar sobre un obstáculo y el jinete cayó de bruces al barranco.

El llanto de la Ne me hizo regresar súbitamente del viaje en que me había sumido la lectura del pergamino. Ahora mi amiga se cubre el rostro con las manos, mientras derrama sus lágrimas sobre el celular encendido, es fácil adivinar lo que ocurrió; el idiota que se burló de ella le ha enviado un mensaje corto, repleto de las mismas mentiras que usó para robar su alma. Casi puedo escuchar el sonido de su corazón rompiéndose, es como si una estaca lentamente lo iría desgarrando y al agrietarse emitiera estridencias bañadas en sangre. Cerré el libro colocando el pergamino donde lo había encontrado y comprendí inmediatamente que ese texto estuvo ahí para aclararme mi misión de acompañar el dolor de mi amiga Ne. Luego de devolver los libros, salimos de la biblioteca. Al cruzar el umbral que daba a la calle empedrada, se fue la luz en toda la cuadra, y abrazando a la Ne que lloraba desconsolada, avanzamos una decena de pasos en bajada.

Al cruzar una de las columnas del paseo de la esquina, sentí una presencia a mis espaldas, una sombra que rápidamente nos rodeó para abordarnos de frente, el llanto de la Ne se cortó, e inconscientemente levantó la cabeza de inmediato, yo me petrifiqué automáticamente ante la presencia de aquel anciano barbado, de agilidad extrema y vestido completamente de blanco, que con su rostro sonriente tomó el libro que guardaba en su chaqueta y se lo entregó a la Ne; ella yacía hipnotizada, con las manos extendidas, y la mirada extraviada en la figura desvaneciente del anciano que regresaba a la oscuridad de donde había salido.