Pecadores y Engranajes

"Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya." Ernesto Sabato

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Nombre: Ingeniador
Ubicación: Quito, Pichincha, Ecuador

miércoles, marzo 04, 2009

Cautiverio

El fuego de la chimenea acaricia tu cuerpo con lengüetazos de calor tenue, y mientras te acomodas entre mis brazos me preguntas si alguna vez imaginé tu rostro, o si pensaba en ti antes de conocerte, la respuesta sencilla hubiese sido que soñé despierto y te visualicé por primera vez sin conocerte, sin embargo la historia era un tanto más complicada...

La niebla cubría la carretera con la misma quietud paciente que tienen los felinos cuando duermen, enroscada sobre las montañas ronroneando sobre los prados verdes y desnudos, casi fértiles. El calor de la selva poco a poco iba adueñándose de mi despertar paulatino, y la voz amigable del Waldo me preguntaba sobre las similitudes de mi país, atiné entre sueños a decirle que hay zonas que son casi una copia perfecta de lo que estábamos atravesando. En el asiento trasero mi hermano de alma yacía visiblemente afectado por el exceso de oxígeno, es como si recibieras una dosis excesiva de oxígeno y tus pulmones estuvieran por estallar, ¿te podrías imaginar que es tan fácil respirar que a tu cuerpo le cuesta trabajo acostumbrarse? y de hecho los escalofríos empezaron a apoderarse del organismo de los tripulantes del vehículo que descendía paciente las estribaciones del altiplano hacia una región prácticamente amazónica. Un alto en el camino, y dos oficiales se acercaron al vehículo, haciendo cuestionamientos intensivos y variados, entiendo que se trataba de un procedimiento de rutina, dado que la zona a la que estábamos por entrar es conocida por ser quizá la mayor región cocalera del mundo, el personal antinarcóticos revisaba incansable todas las pertenencias y una leve sonrisa se me escapó por la conveniencia de haber olvidado mi equipaje en el hotel de la ciudad, por lo menos el descuido me ahorró algo de tiempo. Descendimos del vehículo y los policías vaciaron todos nuestros bolsillos, de pantalones y camisas, al no encontrar nada sospechoso nos permitieron continuar.

Cuando llegamos al pueblo hubo un consenso en ir a dormir, sin embargo el acuerdo se rompió al pasar por el primer karaoke, especialmente motivados por la tentadora visión de un par de mujeres de cuerpo y rostro delicadamente tropicales entrando sin compañía al sitio; sin embargo la esperanza de compañía femenina se esfumó al pasar la puerta del sitio, en cuyo interior la cantidad de hombres igualaba a la de botellas vacías y la de mujeres a la de puertas del establecimiento; decidí sentarme, cerrar los ojos y disfrutar de la refrescante sensación del aire ventilado hacia mi rostro mientras bebía a sorbos cortos la cerveza bien helada, la frialdad corría por mi garganta y su efecto relajante se extendía por la columna vertebral invadiendo por espasmos todas las extensiones nerviosas posibles, creo que me excedí en este estado porque no tengo idea como fui a dar a la habitación del hotel.

Al despertar decidimos ir a conocer el refugio de animales en cautiverio, quedaba a 10 minutos del hotel y no tuvimos problemas en localizarlo. En la recepción del recinto esperaban varios guías, es impresionante como la gente que trabaja en beneficio de la naturaleza tiene brillo en los ojos, incluso al escuchar sus explicaciones podía sentir la paz que emanaban sus palabras sencillas pero explícitas, claramente señalando “vaciar todos sus bolsillos, porque los monos son traviesos” no quedaba más remedio que obedecer. La explicación fue breve, pero conmovedora, las historias de los animales demostraban lo crueles que pueden ser los seres humanos, criaturas torturadas en circos, o abandonadas a su suerte en carreteras remotas, o condenadas a crecer encadenadas y casi sin alimento, u otros capturados para ser transformados en adorno de algún traje folklórico de Carnaval; en las fotografías casi podía sentirse el corazón desolado, resquebrajándose con cada respiro, sintiendo como el cautiverio estrujaba con el puño lleno de espinas la piel inocente e indefensa. Los primates estaban a unos pocos minutos de camino, junto con dos voluntarios de ojos brillantes, una verdadera pandilla de monos de distintos tamaños, una colección de individuos con todo tipo de personalidades, a lo lejos en las copas de los árboles, decenas de trapecistas, que iban descendiendo en piruetas circenses de primerísimo nivel hacia el sitio de visitas, y en cuestión de segundos tenía a varios de los artistas hurgando mis bolsillos, es una sensación curiosa sentirse tan tocado, tan registrado por entes de inteligencia tan distinta, debo haber puesto cara de susto porque uno de los voluntarios me indicó que me relaje, que los muchachos se irían si no encontraban nada que les interese, en eso sentí que la mitad del cuerpo de uno de ellos entró en el bolsillo de mi pantalón y salte del susto, corriendo despavorido, las carcajadas del Waldo y mi hermano se fueron desvaneciendo a lo lejos, mientras me iba internando en alguno de los senderos que rodeaban el bosque; el aire sobrecargó mis pulmones y me desplomé al piso para pasar el escalofrío subsecuente,que se mezclaba en mi cabeza con las huellas de la borrachera de la noche anterior, mi cabeza daba vueltas como una rueda desenfrenada descendiendo la pendiente de colina, y el follaje de la vegetación parecía acelerarse centrífugamente hacia mis pupilas, de nuevo, no recuerdo cómo volví a llegar al hotel.

Desperté con el sonido seco del balón de futsal que impactó en la ventana de la habitación, en la cancha de hormigón estaban los muchachos de la cuadra, armando el picadito con apuestas de a un peso, me asomé a la ventana y el Waldo me gritó que baje a jugar, le pedí que me preste una pantaloneta y una camiseta dado que lo único que llevaba era el atuendo con el que salí de la ciudad; me cambié el pantalón y en cuestión de segundos estuve en la cancha con uniforme falsificado de la selección Argentina, no me importó que estuviera lloviendo, cuando llegó el turno de un nuevo equipo a la cancha, saltamos súbitamente el Waldo y yo, mientras con la misma prisa mi hermano se acercaba a una chica que estaba conversando con un anciano en el pasillo del hotel, era obvio que no le interesaba entrar en el partido; fue cuestión de minutos para que otros muchachos se nos unieran y como eramos nuevos en la cuadra tal vez fuimos subestimados; cuando empecé a hablar los lugareños se dieron cuenta de mi condición de extranjero y me encargaron la marca del virtuoso del equipo oponente, era casi un Cristiano Ronaldo, sin embargo creo que la pinta de jugador internacional hizo que yo le ganara la moral y se me hizo sencillo anularlo; nos cansamos de ganar partido tras partido, jugué tanto bajo la lluvia que mi vieja lesión en la rodilla recrudeció apenas finalizado el tercer partido, sin embargo el Waldo quería seguir jugando, me excusé y fui a buscar a mi hermano, quien ya tenía el plan armado, estaba en el auto con la sonrisa fingida, la chica bajo el brazo y el anciano bien guardado, antes de que pudiera darme cuenta estaba bailando salsa en un bar local, y a los originarios de la zona parecía agradarles mucho, me aplaudían, había niñas que me sacaban a bailar, y entre coreografía y coreografía, apareció el novio de alguna de mis parejas, para no alargar el cuento, nos fuimos a las manos, mi hermano, yo, mi rodilla inflamada y la sonrisa fingida acabaron siendo parte de la decoración estampada en la pared; para variar, no se como volví a llegar al hotel.

A las 7:30 de la mañana del día siguiente, un grupo de individuos tocaron la puerta con tal violencia que imaginé que estaban buscando a algún prófugo en una habitación contigua, cuento acabado y volví a dormir. A las 7:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez de forma decente, el Waldo se levantó y le gritaron “sus documentos por favor” yo con el entrecejo fruncido y luciendo todavía el uniforme de Argentina medio me levanté; al llegar a la puerta vi a un par de individuos sin uniforme y dos mujeres aborígenes de baja estatura, busqué mi pantalón, saqué mi cédula y la entregué al tiempo que preguntaba si son de la policía, el tipo que estaba más cerca de la puerta le preguntó a una de las señoras “¿Les reconoce? ¿Son ellos?” y la mujer respondió que no, que eran unos gordos, de nuevo cuento acabado y volví a dormir. A las 8:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez los oficiales camuflados de civil fueron mucho más agresivos, entraron a la habitación, volvieron a pedir papeles y nos dijeron que los acompañemos, porque supuestamente una de las señoras nos había puesto una denuncia por asaltarla a las 3 de la mañana y quitarle 20.000 pesos en efectivo. Antes de irme, me puse de nuevo mi único atuendo propio y mientras me sentaba en la patrulla despertando a mi suerte reflexionaba; debe tratarse de inteligencia policial, es decir, tres turistas durmiendo a las 8 de la mañana son más sospechosos que una señora humilde con una fortuna en el bolsillo deambulando sola por la madrugada.

El investigador encargado del caso tardó en llegar unos 15 minutos, y mis argumentos sobre la irregularidad del procedimiento parecieron enardecer de sobremanera a los oficiales, ante la represalia de vituperios, me encogí de hombros y recordé la imagen de los primates fotografiados en cautiverio, y quizá exagere meterme en ese papel, a tal punto que en el interrogatorio mi mutismo fue prácticamente el propio de un mono araña, limitándome a gruñir de vez en cuando. Y mientras recordaba a los monos que registraban mis bolsillos, los homo sapiens policiales procedían a registrarme de la misma forma, uno de ellos metió una mano en mi bolsillo y tuvo las mismas ganas de salir corriendo despavorido del día de ayer al ver que sacaba un paquete con polvo blanco que yo sinceramente no había visto en la vida. Los momentos desde entonces transcurrían en cámara lenta y a volumen bajo, sencillamente no podía entender lo que me decían, supongo que me acusaron de posesión ilegal de drogas y yo no podía salir del shock, conjeturaba que uno de los monos puso el paquete en mi bolsillo, era la única explicación que podía hallar, sin embargo la historia aunque sincera, fue demasiado esotérica para ser creída por el investigador quien me tildó de mentiroso entre otras tantas cosas. Mientras un oficial me conducía a mi celda, el Waldo y mi hermano eran conducidos al interrogatorio, el oficial que me custodiaba recibió una llamada en su móvil y me quedé estupefacto ante la reja del hueco donde iban a alojarme, a lo lejos las declaraciones de mis amigos llegaban como ecos a mis oídos estimulando un caleidoscopio de imágenes borrosas que se mezclaban con la desesperanza que me inmovilizaba. El oficial me indicó que la investigación continuaría luego del fin de semana, que por motivo del carnaval el personal saldría de vacaciones, eso implicaba que yo pierda mi vuelo de regreso al país; incomunicado, desmoralizado y sin esperanza alguna accedí a entrar a la prisión.

Una cárcel de pueblo, puede llegar a ser un espacio bastante miserable, el olor fétido de fluidos humanos de todo tipo algunos frescos y otros en plena putrefacción, la dactilopintura de heces cubriendo la totalidad de las paredes como un papel tapiz interminablemente nauseabundo, un colchón convertido en caldo de cultivo de bacterias voraces y quizá alguna que otra enfermedad venérea es quizá el objeto más desagradable que he visto en la vida. El calor se intensificaba con los rayos de luz que brillan a lo lejos, lentamente el material que compone el recubrimiento de la celda empieza a evaporarse, transformándose en arreglos microscópicos de nubes pestilentes y paulatinamente anegando el aire escaso que apenas basta para respirar. Y entre el resquicio de las rejas apunto mi mirada al centímetro cuadrado que se dibuja minúsculo entre las paredes lejanas, me refugié en un pedazo de cielo que me permitía pensar en la azul lejanía de tus ojos, que me llenó con la esperanza de que en algún lugar del mundo estabas pensando en mi, mientras te perdías en el tiempo observando el mismo pedazo de cielo. Quizá el estar sumido en una circunstancia tan desesperante desató mis poderes extrasensoriales, pero fue en ese instante la primerísima vez que vi tu rostro, que se dibujó claramente sobre ese pedazo de cielo, y hoy que estás a mi lado se que las revelaciones llegan en los momentos de mayor incertidumbre.