Pecadores y Engranajes
"Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya." Ernesto Sabato
miércoles, febrero 22, 2023
miércoles, agosto 05, 2009
Hoy cambiará la vida
Despertar de madrugada, escuchar el silencio sepulcral de la noche y que te resulte imposible volver a conciliar el sueño no te deja muchas alternativas. Prender la tele y ponerse a divagar por la maraña interminable de canales, como un gatito patas arriba tratando de desenredar perezosamente una madeja de lana, sorteando programa tras programa en una andanada de cambios vertiginosos, asaltado a cada paso por el desinterés o jugando con la manía de otorgar a cada número apenas el tiempo suficiente para que la imagen se sintonice para cambiar lo más rápido posible. Casi había recorrido la totalidad de canales, cuando di con la transmisión del mundial de salsa, aunque tenía la tele sin volumen automáticamente empecé a imaginar que estaban bailando la canción de Blades "hoy cambiará la vida, hoy cambiará tu vida, hoy cambiará mi vida" y me quedé embobado, transportado en el tiempo un par de años atrás, recordando como realmente me rompía la cabeza entender que mis plegarias no se hubieran atendido, a pesar de que pasé mucho tiempo orando, rezando, torciendo el universo, alucinando, imaginando, visualizando, experimentando, actuando como si ya mis sueños se hubieran cumplido, poniendo velas a santos nacionales e internacionales, meditando, dejando de buscar. Dos cosas tenía en mente, dos plegarias que quizá no tenían relación alguna, imposible sospechar lo estrechamente vinculadas que estaban.
Una vez mas habíamos tomado junto a mi padre y mi hermana la decisión de cerrar temporalmente nuestro café para favorecer la venta, proceso que era difícil pero no perdíamos la esperanza; ese tiempo que transcurrió hasta la adjudicación del negocio, me permitió apreciar la nobleza y tenacidad de mi hermanita, su insistencia por cumplir los horarios aunque el día no fuera bueno, su actitud estoica cuando un par de ladrones le abordaron y robaron su computadora a plena luz del día y con el local lleno de gente, o su paciencia cuando por mi inmadurez le hacía algún reclamo excesivo o fuera de lugar. Cada vez que yo pisaba el sitio, trataba de imaginar que ya se había vendido, inmediatamente iba a ver a mi hermanita que con sencillez absoluta se sentaba a pelar papas y a compartir el tiempo con los muchachos de la cocina a quienes trataba con justicia y equidad ejemplares. Me imaginaba su sonrisa y el por fin tan esperado, ya vendimos hermanito! pero si no llegaba la frase le desarmaba del objeto cortopunzante con el que tranquilamente podía haberme aniquilado por mala conducta y le sacaba a aprender los pasos de baile que me habían enseñado; aunque no lo demostrara, eso le fascinaba.
Mi papi nos miraba de lejos, en todo el esplendor majestuoso de sus 60 años, el fulgor incansable de sus ojos inmutable a pesar de las vicisitudes inundaba el local como la luz del atardecer, con su calma serena se erguía como un olmo gigante plantado en medio de un océano tormentoso. Es curioso cómo las imágenes de la niñez perduran intactas al paso de los años, y mirarlo endulzado poniendo música para la gente, me hacía alucinar que era de nuevo yo, el niño de cuarto grado que al verlo llegar del trabajo cargado de discos se sentaba en la sala a verlo escuchar sus nuevas canciones emocionado, aunque la música que escuchaba en ese entonces me parecía realmente fatal. Mi padre tiene el don de hacer sonreír al más difícil de los clientes con su finísimo sentido del humor. Solía pensar que sus chistes eran en realidad agujas mágicas de acupuntura, imperceptibles de tamaño pero relucientes, que ostentaban el pulimento de miles de años de experimentación hasta conseguir potencia y brillo irreductibles. La tarde en que por fin provino la noticia que tanto había esperado de boca de mi hermanita me sentí muy aliviado, tanto como no me había sentido en años, la última vez que experimente algo así fue en mi graduación, casi ocho años atrás, me sentía como un perro panza arriba sobre el césped, tan libre de preocupaciones que podía disfrutar con total atención de la fresca caricia de cada hoja deliciosamente masajeando mi espalda desnuda. Y bueno, ésta será la ultima mesa que atienda suspiré, tomé el delantal viejo que tantas veces había usado mi hermano boliviano y una lagrima mezcla de alegría y melancolía corrió por mi mejilla, en ese instante llegó un grupo de chicas, a lo lejos no las pude distinguir muy bien. Le dije a mi hermanita "yo atiendo" en tono severo para que no se percatara de mi conmoción, no podía arriesgar mi imagen de tipo duro. A medida que fui acercándome un leve hormigueo inexplicable fue curiosamente acrecentándose sobre mi espalda, el cabello negro de una de las chicas brillaba con tal fuerza que los destellos de luz se amplificaban sobre cada hebra y rebotaban dirigiéndose a morir sobre mi delantal, y al chocar con la oscuridad desgastada de la tela producían una efervescencia cálida, al acercarme más pude mirar sus ojos, azules, tan azules que me provocaron desafiar las leyes de la gravedad y lanzarme a nadar en ellos como si mi cuerpo estuviese hecho de nubes, como una alucinación gigante que hacía del cielo una piscina interminable. Nunca había visto una mujer más bella. Me quedé paralizado y ella no paraba de sonreírme como si de sopetón supiera quien soy; pidieron la especialidad de la casa y escondiendo mis mejillas sonrojadas tras las alas de mi sombrero, acerté apenas a ir de vuelta a la cocina para preparar la orden. Mi papi les llevó cordialmente los vasos a la mesa, y las chicas le preguntaron si éramos bolivianos, le contaron que habían vivido algún tiempo en el extranjero por motivos de estudio, que apenas hace dos días regresaron al Ecuador, y que un amigo les había hablado de las papitas especialidad de la casa. Mi papi les contó que era una suerte tenerlas allí porque era nuestro último día en el café como dueños, aunque el negocio iba a continuar y las famosas papitas seguirían siendo parte del menú de los nuevos dueños; les preguntó si querían escuchar salsa y dijeron encantadas que si, en el tiempo que estuvieron lejos era de las cosas que mas habían extrañado, al percatarse la oferta, un grupo de clientes costeños que estaban sentados en la mesa contigua empezaron a vociferar estruendosamente que los serranos no saben bailar, mi padre esbozó lentamente una sonrisa y elevando un poco su tono de voz, les mencionó que aparte de escuchar, si se animaban, podían bailar con su hijo que aunque serrano, modestia aparte era uno de los mejores bailarines salseros de la ciudad y probablemente del país. Mientras mi papi me hacía tremenda propaganda yo regresaba todo agitado, nervioso y tembloroso con la bandeja de comida. La sonrisa de la niña de ojos azules me dejó totalmente estupefacto, de nuevo, cuando la miré de cerca sentí que el corazón se me detuvo, incluso se me paralizó el oído y ella al hablarme tuvo que repetir tres veces que mi papi le había dicho lo bien que se bailar salsa y que le encantaría que le conceda un baile. Yo no lo podía creer, al tomarla de la mano y llevarla al claro que se describía como un pasillo largo entre las mesas, me miró con gentileza y sonriente me dijo que la canción que empezó a sonar, era su favorita. He bailado muchas veces bajo presión, si cabe el término, pero en esa ocasión es definitivamente cuando más nervioso me puse, tanto que arranqué a destiempo!! Algo que nunca hago, sin embargo, sentir el tacto delicado de sus manos tersas y delgadas sobre las mías, hizo que todos esos sentimientos desaparecieran, una vez que me sentí cómodo fui en busca de sus pupilas, encontrándolas al instante clavadas sobre mi rostro, me escondí de nuevo bajo el sombrero! Como un avestruz conmovido entre pánico escénico y timidez excesiva, ella me levantó la quijada y de nuevo sonrió; ya no pude dejar de mirarla, mi cuerpo volaba sobre el piso de todo el local como si fuese un veloz velero y ella se contoneaba como una vela, fuerte, decidida y relajada a la vez, iba de un lado al otro y nos movíamos en fluidez y sincronización perfecta, a lo lejos el susurro del coro de la canción "hoy cambiará la vida, hoy cambiará tu vida, hoy cambiará mi vida" y los aplausos de los costeños emocionados transformando sus vociferaciones en elogios, numerosos y efímeros como las burbujas de espuma que rompen en la cresta de las olas. El rostro de mi pareja expresaba ternura y sencillez, casi podía palpar su emoción escalando hacia el cielo como un cohete que busca escapar de la gravedad para viajar al espacio. Cuando posó su mirada sobre mis labios sentí que los atraía como si estuviesen hechos de acero y su rostro fuera un magneto gigante, automáticamente cerré mis párpados y mientras la inclinaba hacia casi tocar el suelo, el final de la canción se cernió sobre nosotros cobijándonos con su manto silencioso, fundiéndonos en un beso tan exquisito que hizo que el cosquilleo se extendiera a todos y cada uno de los poros del cuerpo. Sumergido en ese recuerdo, regresé a la actualidad presente; al sentir el roce de su pierna sobre la mía, y su quejido sordo de que apague la tele, me di cuenta de que el amanecer estaba próximo, los gallos cantaban y ya el cielo empezaba a clarear y en la tele estaba un torneo de juegos de invierno. Hoy es una de esas madrugadas que me dejan henchido de gratitud incontenible, las lágrimas de alegría silenciosas colman mis ojos mientras medito de nuevo el coro de la canción, la posibilidad tan real de que en apenas instantes puede cambiar la vida de tal forma, y me quedo de nuevo estupefacto como la primera vez, contemplando a la niña de ojos azules, mi esposa, dormir apacible con nuestro hermoso hijo entre brazos.
Una vez mas habíamos tomado junto a mi padre y mi hermana la decisión de cerrar temporalmente nuestro café para favorecer la venta, proceso que era difícil pero no perdíamos la esperanza; ese tiempo que transcurrió hasta la adjudicación del negocio, me permitió apreciar la nobleza y tenacidad de mi hermanita, su insistencia por cumplir los horarios aunque el día no fuera bueno, su actitud estoica cuando un par de ladrones le abordaron y robaron su computadora a plena luz del día y con el local lleno de gente, o su paciencia cuando por mi inmadurez le hacía algún reclamo excesivo o fuera de lugar. Cada vez que yo pisaba el sitio, trataba de imaginar que ya se había vendido, inmediatamente iba a ver a mi hermanita que con sencillez absoluta se sentaba a pelar papas y a compartir el tiempo con los muchachos de la cocina a quienes trataba con justicia y equidad ejemplares. Me imaginaba su sonrisa y el por fin tan esperado, ya vendimos hermanito! pero si no llegaba la frase le desarmaba del objeto cortopunzante con el que tranquilamente podía haberme aniquilado por mala conducta y le sacaba a aprender los pasos de baile que me habían enseñado; aunque no lo demostrara, eso le fascinaba.
Mi papi nos miraba de lejos, en todo el esplendor majestuoso de sus 60 años, el fulgor incansable de sus ojos inmutable a pesar de las vicisitudes inundaba el local como la luz del atardecer, con su calma serena se erguía como un olmo gigante plantado en medio de un océano tormentoso. Es curioso cómo las imágenes de la niñez perduran intactas al paso de los años, y mirarlo endulzado poniendo música para la gente, me hacía alucinar que era de nuevo yo, el niño de cuarto grado que al verlo llegar del trabajo cargado de discos se sentaba en la sala a verlo escuchar sus nuevas canciones emocionado, aunque la música que escuchaba en ese entonces me parecía realmente fatal. Mi padre tiene el don de hacer sonreír al más difícil de los clientes con su finísimo sentido del humor. Solía pensar que sus chistes eran en realidad agujas mágicas de acupuntura, imperceptibles de tamaño pero relucientes, que ostentaban el pulimento de miles de años de experimentación hasta conseguir potencia y brillo irreductibles. La tarde en que por fin provino la noticia que tanto había esperado de boca de mi hermanita me sentí muy aliviado, tanto como no me había sentido en años, la última vez que experimente algo así fue en mi graduación, casi ocho años atrás, me sentía como un perro panza arriba sobre el césped, tan libre de preocupaciones que podía disfrutar con total atención de la fresca caricia de cada hoja deliciosamente masajeando mi espalda desnuda. Y bueno, ésta será la ultima mesa que atienda suspiré, tomé el delantal viejo que tantas veces había usado mi hermano boliviano y una lagrima mezcla de alegría y melancolía corrió por mi mejilla, en ese instante llegó un grupo de chicas, a lo lejos no las pude distinguir muy bien. Le dije a mi hermanita "yo atiendo" en tono severo para que no se percatara de mi conmoción, no podía arriesgar mi imagen de tipo duro. A medida que fui acercándome un leve hormigueo inexplicable fue curiosamente acrecentándose sobre mi espalda, el cabello negro de una de las chicas brillaba con tal fuerza que los destellos de luz se amplificaban sobre cada hebra y rebotaban dirigiéndose a morir sobre mi delantal, y al chocar con la oscuridad desgastada de la tela producían una efervescencia cálida, al acercarme más pude mirar sus ojos, azules, tan azules que me provocaron desafiar las leyes de la gravedad y lanzarme a nadar en ellos como si mi cuerpo estuviese hecho de nubes, como una alucinación gigante que hacía del cielo una piscina interminable. Nunca había visto una mujer más bella. Me quedé paralizado y ella no paraba de sonreírme como si de sopetón supiera quien soy; pidieron la especialidad de la casa y escondiendo mis mejillas sonrojadas tras las alas de mi sombrero, acerté apenas a ir de vuelta a la cocina para preparar la orden. Mi papi les llevó cordialmente los vasos a la mesa, y las chicas le preguntaron si éramos bolivianos, le contaron que habían vivido algún tiempo en el extranjero por motivos de estudio, que apenas hace dos días regresaron al Ecuador, y que un amigo les había hablado de las papitas especialidad de la casa. Mi papi les contó que era una suerte tenerlas allí porque era nuestro último día en el café como dueños, aunque el negocio iba a continuar y las famosas papitas seguirían siendo parte del menú de los nuevos dueños; les preguntó si querían escuchar salsa y dijeron encantadas que si, en el tiempo que estuvieron lejos era de las cosas que mas habían extrañado, al percatarse la oferta, un grupo de clientes costeños que estaban sentados en la mesa contigua empezaron a vociferar estruendosamente que los serranos no saben bailar, mi padre esbozó lentamente una sonrisa y elevando un poco su tono de voz, les mencionó que aparte de escuchar, si se animaban, podían bailar con su hijo que aunque serrano, modestia aparte era uno de los mejores bailarines salseros de la ciudad y probablemente del país. Mientras mi papi me hacía tremenda propaganda yo regresaba todo agitado, nervioso y tembloroso con la bandeja de comida. La sonrisa de la niña de ojos azules me dejó totalmente estupefacto, de nuevo, cuando la miré de cerca sentí que el corazón se me detuvo, incluso se me paralizó el oído y ella al hablarme tuvo que repetir tres veces que mi papi le había dicho lo bien que se bailar salsa y que le encantaría que le conceda un baile. Yo no lo podía creer, al tomarla de la mano y llevarla al claro que se describía como un pasillo largo entre las mesas, me miró con gentileza y sonriente me dijo que la canción que empezó a sonar, era su favorita. He bailado muchas veces bajo presión, si cabe el término, pero en esa ocasión es definitivamente cuando más nervioso me puse, tanto que arranqué a destiempo!! Algo que nunca hago, sin embargo, sentir el tacto delicado de sus manos tersas y delgadas sobre las mías, hizo que todos esos sentimientos desaparecieran, una vez que me sentí cómodo fui en busca de sus pupilas, encontrándolas al instante clavadas sobre mi rostro, me escondí de nuevo bajo el sombrero! Como un avestruz conmovido entre pánico escénico y timidez excesiva, ella me levantó la quijada y de nuevo sonrió; ya no pude dejar de mirarla, mi cuerpo volaba sobre el piso de todo el local como si fuese un veloz velero y ella se contoneaba como una vela, fuerte, decidida y relajada a la vez, iba de un lado al otro y nos movíamos en fluidez y sincronización perfecta, a lo lejos el susurro del coro de la canción "hoy cambiará la vida, hoy cambiará tu vida, hoy cambiará mi vida" y los aplausos de los costeños emocionados transformando sus vociferaciones en elogios, numerosos y efímeros como las burbujas de espuma que rompen en la cresta de las olas. El rostro de mi pareja expresaba ternura y sencillez, casi podía palpar su emoción escalando hacia el cielo como un cohete que busca escapar de la gravedad para viajar al espacio. Cuando posó su mirada sobre mis labios sentí que los atraía como si estuviesen hechos de acero y su rostro fuera un magneto gigante, automáticamente cerré mis párpados y mientras la inclinaba hacia casi tocar el suelo, el final de la canción se cernió sobre nosotros cobijándonos con su manto silencioso, fundiéndonos en un beso tan exquisito que hizo que el cosquilleo se extendiera a todos y cada uno de los poros del cuerpo. Sumergido en ese recuerdo, regresé a la actualidad presente; al sentir el roce de su pierna sobre la mía, y su quejido sordo de que apague la tele, me di cuenta de que el amanecer estaba próximo, los gallos cantaban y ya el cielo empezaba a clarear y en la tele estaba un torneo de juegos de invierno. Hoy es una de esas madrugadas que me dejan henchido de gratitud incontenible, las lágrimas de alegría silenciosas colman mis ojos mientras medito de nuevo el coro de la canción, la posibilidad tan real de que en apenas instantes puede cambiar la vida de tal forma, y me quedo de nuevo estupefacto como la primera vez, contemplando a la niña de ojos azules, mi esposa, dormir apacible con nuestro hermoso hijo entre brazos.
martes, abril 14, 2009
Una criatura llamada Esperanza
A veces cuando te miro directo a los ojos, entiendo que sospechas que ya te conocía, sin embargo no me lo dices, lo piensas, te quedas divagando frente a mi rostro extraño que te resulta tan conocido. Y cuando cierras los párpados pretendo explicarte con caricias, que soy yo mismo aunque te niegues a reconocerme. Ayer te contaba de la vez en que caminé 30 minutos con los ojos cerrados sobre una playa interminable, tratando de transportarte a esa escena, para que de alguna forma pudieras sentir los granos de arena como una oleada de palmadas microscópicas acariciando cálidas las plantas de tus pies, o envolverte en el aire fuerte casi turbulento que volaba de regreso cuando te esforzabas en pos de la ida, o dejarte abrazar por el manto bronceador del sol canicular, o sumergirte en el rugido del mar que baña tus pies con lengüetazos espumosos, como si fuese el furioso ataque de un enorme pitbull cariñoso al que indudablemente le agradas. Tal vez pueda sonar un poco posesivo, pero se me hace casi insoportable la idea de no verte durante estos días, aunque vayas a disfrutar como loca del paradisiaco destino playero al que te diriges. Hace 15 años en la misma arena que estarás pisando, ayudé a una tortuga marina recién nacida a llegar al mar, cuando la vi estuve a punto de aplastarla con mi paso apresurado, pero algo hizo que me detuviera en seco, como si el universo hubiese detenido el tiempo para dejarme inmóvil, para forzarme a escuchar el llamado de la minúscula amiga que bregaba por nadar derecha aunque sus patas parecieran no querer colaborar con su ímpetu. Me detuve media hora a averiguar si sufría un defecto congénito, y llegué a la conclusión de que ese no era el caso, tan solo necesitaba un poco de tiempo y atención para seguir su camino; apenas observé que podía moverse con soltura suficiente decidí internarme junto con ella al mar, para asegurarme de que llegara a aguas profundas; antes de despedirme la tomé cuidadosamente entre mis manos y le di un beso esquimal, sentí ese cosquilleo en el plexo que me dio la sensación de que algún día volvería a verla.
Las historias de playa continuaron una tras otra, es muy agradable vivir tan relativamente cerca del mar, uno llega a apreciar más esa cercanía sobre todo cuando conoce otras culturas que no pueden disfrutar de tal privilegio, y ocasionalmente por estas épocas mi grupo de amigos jóvenes organiza el paseo respectivo, que el 90% de las veces se transforma en una jornada intensiva de alcohol y resaca consecutivos, es tan excesivo el consumo que a veces no necesitas ni siquiera comer para sobrevivir. La última ocasión, en el tercer día de los cuatro programados me encontraba precisamente en ese estado de levedad, después del ayuno y el consumo casi intoxicante de alcohol, la mitad de mi grupo de amigos yacía a los lados de la piscina del hotel, como si fuese un campo de ejecución, en tal posición que pareciera hubiesen sido fusilados uno a uno. La noche clara y el estruendoso sonido ensordecedor del reguetón de la discoteca de a lado se vio complementado por el repicar estridente del celular de mi amigo Carlos, era su novia que le indicaba que estaba esperándole en la playa y quería que vaya inmediatamente a su encuentro. La situación era irónicamente jocosa dado que la frase insignia de mi amigo era “cabello de mujer tira más que tractor”. Carlos salió a su encuentro inmediatamente, sin embargo la mayoría del grupo no se dio cuenta hasta que resucitaron como cuerpos gloriosos de su letargo en lecho de excesos, eso ocurrió prácticamente una hora después. Yo me mantuve firme como un barco en la tempestad, cuidando de los botes a la deriva utilizando los acordes de mi guitarra como amarras, para traerlos de vez en cuando de vuelta a la realidad. Una vez que la mayoría de cuerpos había recuperado el estado de lucidez el espíritu de cuerpo los cohesionó en la misión de ir en busca de mi amigo declarado por todos oficialmente desaparecido en razón de que no contestaba el celular. Tomamos un recipiente de combustible vacío y lo llenamos con ron, agua y hielo, prácticamente parecía que estuviésemos bebiendo Diesel; el colectivo de 8 muchachos con rostro de determinación y un propósito alcohólico inquebrantable partió rumbo a la playa que quedaba apenas a unos 6 kilómetros del hotel. En el camino cada uno de los miembros fue encontrándose con alguna persona conocida, y de a poco se iban reduciendo los integrantes que seguían activos en la misión; en un lapso de dos horas habían desertado 6 personas y el desaparecido seguía manteniendo impecable su condición indeterminada. Carlos, era mi mejor amigo en ese entonces, y sigue siendo aún de los más entrañables, yo no iba a abandonar la misión costara lo que me costara volverlo a ver, aparte que después de tanto coctel Diesel uno tiende a volverse terco; seguía caminando con mi guitarra en brazos, tocando con entusiasmo ¡como si fuese un tamborilero de guerra! Finalmente pasó lo que tenía que pasar, el último compañero de misión se encontró con una chica a la que anduvo persiguiendo toda la mañana y desertó de forma inminente. Continué el recorrido sólo, llegué a esa sección de la playa que está atiborrada de fiesta, había mucha gente y resultaba casi imposible identificar a alguien a vista de pájaro, empecé a tocar una canción complicada sencillamente porque me daba ganas de oírla, los acordes eran complejos y únicamente podía tocarlos cuando veía mis propias manos sobre el mástil del instrumento, este descuido provocó que omitiera la presencia de una piedra bastante voluminosa en el camino y que a continuación me precipitara sobre un basurero estratégicamente colocado por el universo en el sitio preciso para hacer que mi tabique lo impacte directamente, acto seguido entendí que aunque te cueste aceptarlo la nariz es una parte fundamental de la anatomía del ser humano. Me levanté después del golpe un tanto mareado, miré mis manos y estaba totalmente bañado en sangre, tuve que romper un pedazo de mi camiseta para fabricar un par de tapones para las fosas nasales, entendía que por fin tenía una coartada lo suficientemente fuerte para abortar la misión, y traté de tomar un taxi de regreso, eran las dos de la mañana y todos los transeúntes se alejaban de mi, como si estuviese visiblemente infectado por alguna enfermedad contagiosa, ningún vehículo quería parar y las almas caritativas que seguramente existían en esa zona estaban todas dormidas. Evalué la situación rápidamente y decidí regresar al hotel por un atajo, 6 kilómetros en ese estado alterado de conciencia, bañado en sangre y con tapones en las fosas nasales eran demasiado reto. Me interné en la playa, media de hora de camino hasta llegar al tramo que se cruza a nado, por suerte el agua me llegaba hasta la altura del cuello y pude cruzar sin mayor problema, excepto por los bocados de agua salada que inevitablemente tuve que tomar dado que no podía respirar por la nariz.
Por beneficio salí con la ropa bastante lavada, las manchas de sangre asemejaban un alegre estampe salsero que de alguna forma me hacía sentir mejor.
Durante 60 minutos más anduve acompañando por la luna llena que iluminaba la escena, divagaba pensando en mi amigo, en si de verdad estaría perdido, la cabeza me daba vueltas, ¿has sentido que el alma se te sale del cuerpo cuando estallas en fiebre? empecé a alucinar que veía a Carlos caminando con su novia entre los matorrales y las palmeras que silbaban juguetones a la vera del camino. Me ensimismaba el rol del caminante solitario, me incitaba a recordar mi trayecto de hace 14 años, a cerrar los ojos y confiar en mi instinto, a sentir esa realidad lejana, esa calidez intensa y cuando me sentí abrigado un chiflón de aire helado me regresó a la realidad, al abrir los ojos observé un caparazón enorme, parecía varado sobre la arena, me acerqué cuidadosamente, ¡la criatura había cavado un hoyo en la arena! Y en su interior brillaban como perlas las semillas del milagro de la evolución, me recorría un cosquilleo de entusiasmo que de nuevo me quitó el frío del cuerpo, el milagro de la vida frente a mis ojos brillaba aún más intensamente que la luna llena fulgurante sobre el cielo despejado. Di la vuelta para mirar la expresión del rostro de la madre, y cuando miré a sus ojos directamente pude reconocerla; o quizá era algo que en medio de mi alucinación quería realmente que pase, ¡era la amiga con quien había nadado hace tanto tiempo! Me reconoció con su mirada y se quedó quieta, se notaba esa sensación de seguridad, quizá hasta cariño similar a la del perro que no te ha visto desde niño y te da muestras de cariño intenso luego de pasados tantos aָños; solamente que en lugar de ladrar, la criatura empezó a hablarme, yo sencillamente no lo podía creer, quizá era el efecto de la borrachera, los tragos de agua salada, la progresiva deshidratación y la pérdida de sangre, pero prefiero creer que no.
“Amigo, que no te extrañe verme de nuevo, porque la vida es así, a los ojos de los humanos existen las despedidas y sin embargo no se dan cuenta de que la sensación que les da en el plexo es sencillamente el ancla que el universo pone a los seres inseparables, para que el tiempo lejos de alejarlos los vuelva a unir inevitablemente. Te agradezco la escolta que me diste hace tantas lunas y como retribución te diré lo que está por ocurrir. Vas a conocer a una mujer que volteará el orden de tu mundo, porque eso es lo que en el fondo tú deseas que ocurra, aunque no lo quieras aceptar. Esta mujer traerá tormentas; desde la cima de una montaña descenderá desenfrenada para rodearse de luces nocturnas intermitentes que volarán a su alrededor y de perros ataviados como vacas mientras busca refugio entre tus brazos, será una bailarina que llevará un río caudaloso en su interior que para ese entonces no sabrá aún como controlar”
Me quedé estupefacto, sencillamente sin habla, suspendido en la ternura de la escena con los ojos clavados en la criatura, y volví a sentir ese cosquilleo en el plexo.
Acto seguido ayudé a mi amiga a tapar el hoyo con arena con sumo cuidado y volví a nadar con ella, hasta donde pude, esta vez fue distinto, no hubo beso esquimal, pero el sentimiento de pertenencia fue aún más fuerte.
A fin de cuentas logré llegar al hotel; en la habitación no había nadie, así que me acosté a dormir, persistía fuerte la sensación de estrés postraumático, el sangrado de la nariz había parado y la deshidratación intensiva me hacía bramar por un vaso de agua. Me refugié en el amortiguamiento del cuerpo hasta el siguiente día.
Al despertar me di cuenta de que había olvidado mi guitarra, bueno en realidad, ¡la guitarra de mi padre! Hice esfuerzos inútiles de búsqueda y rescate en los establecimientos del lugar. El sol del mediodía y la muchedumbre acabaron por extenuarme. Uno puede llegar a sentirse insignificante entre tal masa enorme y caótica de gente en ánimo de vacaciones. Compré un agua de coco y me senté sobre un tronco a convencerme de que había cambiado la guitarra por un frijol mágico, y que el mensaje que me dio la criatura florecería como la planta que crece como escalera para conducirte al cielo.
Ahora que te llevo de regreso a casa, entiendo que me digas que no se vale extrañar o que si se vale, pero que no se vale pasar mal, porque haces tuyas las palabras de aquella criatura mágica que me llevó a conocerte y reconocerte antes de que llegaras, a darme cuenta de que eres tú la llamada a cambiar el orden de mi mundo, a ponerlo de cabeza, como dice Willie Colón “al que madruga Dios le ayuda y eso espero pues me paso toda la noche por ti desvelado”, en este momento caminamos abrazados, diciendo cosas al oído, y el esfuerzo que hiciste por atraer tormentas eléctricas y descender desenfrenada me ayuda a acercarme a ti, tus músculos cansados me dan una posibilidad de tenerte entre mis brazos. Ahora que la bruma cubre todo el aire que te rodea, las luciérnagas se encienden y se apagan a tu alrededor, y los perros blancos con manchas negras salen a tu encuentro, me despido de ti, me quedo inmerso en tus labios y cuando por fin me armo de valor para dejarte y regresar a mi realidad, reconozco el sonido del río caudaloso que pasa por tu casa como el torrente de tu interior que aún, no sabes cómo controlar.
Antes de partir, te digo que el punto final es lo que construye un final feliz, y te regalo la canción que me ayudó a alucinar tu imagen en mis sueños, la puerta hacia el universo donde los sueños se hicieron realidad y mientras sonrío dejándote atrás, la sensación en el plexo se vuelve intensa, seguramente es que el universo me está anclando, preparándome, para volverte a ver.
A veces cuando te miro directo a los ojos, entiendo que sospechas que ya te conocía, sin embargo no me lo dices, lo piensas, te quedas divagando frente a mi rostro extraño que te resulta tan conocido. Y cuando cierras los párpados pretendo explicarte con caricias, que soy yo mismo aunque te niegues a reconocerme. Ayer te contaba de la vez en que caminé 30 minutos con los ojos cerrados sobre una playa interminable, tratando de transportarte a esa escena, para que de alguna forma pudieras sentir los granos de arena como una oleada de palmadas microscópicas acariciando cálidas las plantas de tus pies, o envolverte en el aire fuerte casi turbulento que volaba de regreso cuando te esforzabas en pos de la ida, o dejarte abrazar por el manto bronceador del sol canicular, o sumergirte en el rugido del mar que baña tus pies con lengüetazos espumosos, como si fuese el furioso ataque de un enorme pitbull cariñoso al que indudablemente le agradas. Tal vez pueda sonar un poco posesivo, pero se me hace casi insoportable la idea de no verte durante estos días, aunque vayas a disfrutar como loca del paradisiaco destino playero al que te diriges. Hace 15 años en la misma arena que estarás pisando, ayudé a una tortuga marina recién nacida a llegar al mar, cuando la vi estuve a punto de aplastarla con mi paso apresurado, pero algo hizo que me detuviera en seco, como si el universo hubiese detenido el tiempo para dejarme inmóvil, para forzarme a escuchar el llamado de la minúscula amiga que bregaba por nadar derecha aunque sus patas parecieran no querer colaborar con su ímpetu. Me detuve media hora a averiguar si sufría un defecto congénito, y llegué a la conclusión de que ese no era el caso, tan solo necesitaba un poco de tiempo y atención para seguir su camino; apenas observé que podía moverse con soltura suficiente decidí internarme junto con ella al mar, para asegurarme de que llegara a aguas profundas; antes de despedirme la tomé cuidadosamente entre mis manos y le di un beso esquimal, sentí ese cosquilleo en el plexo que me dio la sensación de que algún día volvería a verla.
Las historias de playa continuaron una tras otra, es muy agradable vivir tan relativamente cerca del mar, uno llega a apreciar más esa cercanía sobre todo cuando conoce otras culturas que no pueden disfrutar de tal privilegio, y ocasionalmente por estas épocas mi grupo de amigos jóvenes organiza el paseo respectivo, que el 90% de las veces se transforma en una jornada intensiva de alcohol y resaca consecutivos, es tan excesivo el consumo que a veces no necesitas ni siquiera comer para sobrevivir. La última ocasión, en el tercer día de los cuatro programados me encontraba precisamente en ese estado de levedad, después del ayuno y el consumo casi intoxicante de alcohol, la mitad de mi grupo de amigos yacía a los lados de la piscina del hotel, como si fuese un campo de ejecución, en tal posición que pareciera hubiesen sido fusilados uno a uno. La noche clara y el estruendoso sonido ensordecedor del reguetón de la discoteca de a lado se vio complementado por el repicar estridente del celular de mi amigo Carlos, era su novia que le indicaba que estaba esperándole en la playa y quería que vaya inmediatamente a su encuentro. La situación era irónicamente jocosa dado que la frase insignia de mi amigo era “cabello de mujer tira más que tractor”. Carlos salió a su encuentro inmediatamente, sin embargo la mayoría del grupo no se dio cuenta hasta que resucitaron como cuerpos gloriosos de su letargo en lecho de excesos, eso ocurrió prácticamente una hora después. Yo me mantuve firme como un barco en la tempestad, cuidando de los botes a la deriva utilizando los acordes de mi guitarra como amarras, para traerlos de vez en cuando de vuelta a la realidad. Una vez que la mayoría de cuerpos había recuperado el estado de lucidez el espíritu de cuerpo los cohesionó en la misión de ir en busca de mi amigo declarado por todos oficialmente desaparecido en razón de que no contestaba el celular. Tomamos un recipiente de combustible vacío y lo llenamos con ron, agua y hielo, prácticamente parecía que estuviésemos bebiendo Diesel; el colectivo de 8 muchachos con rostro de determinación y un propósito alcohólico inquebrantable partió rumbo a la playa que quedaba apenas a unos 6 kilómetros del hotel. En el camino cada uno de los miembros fue encontrándose con alguna persona conocida, y de a poco se iban reduciendo los integrantes que seguían activos en la misión; en un lapso de dos horas habían desertado 6 personas y el desaparecido seguía manteniendo impecable su condición indeterminada. Carlos, era mi mejor amigo en ese entonces, y sigue siendo aún de los más entrañables, yo no iba a abandonar la misión costara lo que me costara volverlo a ver, aparte que después de tanto coctel Diesel uno tiende a volverse terco; seguía caminando con mi guitarra en brazos, tocando con entusiasmo ¡como si fuese un tamborilero de guerra! Finalmente pasó lo que tenía que pasar, el último compañero de misión se encontró con una chica a la que anduvo persiguiendo toda la mañana y desertó de forma inminente. Continué el recorrido sólo, llegué a esa sección de la playa que está atiborrada de fiesta, había mucha gente y resultaba casi imposible identificar a alguien a vista de pájaro, empecé a tocar una canción complicada sencillamente porque me daba ganas de oírla, los acordes eran complejos y únicamente podía tocarlos cuando veía mis propias manos sobre el mástil del instrumento, este descuido provocó que omitiera la presencia de una piedra bastante voluminosa en el camino y que a continuación me precipitara sobre un basurero estratégicamente colocado por el universo en el sitio preciso para hacer que mi tabique lo impacte directamente, acto seguido entendí que aunque te cueste aceptarlo la nariz es una parte fundamental de la anatomía del ser humano. Me levanté después del golpe un tanto mareado, miré mis manos y estaba totalmente bañado en sangre, tuve que romper un pedazo de mi camiseta para fabricar un par de tapones para las fosas nasales, entendía que por fin tenía una coartada lo suficientemente fuerte para abortar la misión, y traté de tomar un taxi de regreso, eran las dos de la mañana y todos los transeúntes se alejaban de mi, como si estuviese visiblemente infectado por alguna enfermedad contagiosa, ningún vehículo quería parar y las almas caritativas que seguramente existían en esa zona estaban todas dormidas. Evalué la situación rápidamente y decidí regresar al hotel por un atajo, 6 kilómetros en ese estado alterado de conciencia, bañado en sangre y con tapones en las fosas nasales eran demasiado reto. Me interné en la playa, media de hora de camino hasta llegar al tramo que se cruza a nado, por suerte el agua me llegaba hasta la altura del cuello y pude cruzar sin mayor problema, excepto por los bocados de agua salada que inevitablemente tuve que tomar dado que no podía respirar por la nariz.
Por beneficio salí con la ropa bastante lavada, las manchas de sangre asemejaban un alegre estampe salsero que de alguna forma me hacía sentir mejor.
Durante 60 minutos más anduve acompañando por la luna llena que iluminaba la escena, divagaba pensando en mi amigo, en si de verdad estaría perdido, la cabeza me daba vueltas, ¿has sentido que el alma se te sale del cuerpo cuando estallas en fiebre? empecé a alucinar que veía a Carlos caminando con su novia entre los matorrales y las palmeras que silbaban juguetones a la vera del camino. Me ensimismaba el rol del caminante solitario, me incitaba a recordar mi trayecto de hace 14 años, a cerrar los ojos y confiar en mi instinto, a sentir esa realidad lejana, esa calidez intensa y cuando me sentí abrigado un chiflón de aire helado me regresó a la realidad, al abrir los ojos observé un caparazón enorme, parecía varado sobre la arena, me acerqué cuidadosamente, ¡la criatura había cavado un hoyo en la arena! Y en su interior brillaban como perlas las semillas del milagro de la evolución, me recorría un cosquilleo de entusiasmo que de nuevo me quitó el frío del cuerpo, el milagro de la vida frente a mis ojos brillaba aún más intensamente que la luna llena fulgurante sobre el cielo despejado. Di la vuelta para mirar la expresión del rostro de la madre, y cuando miré a sus ojos directamente pude reconocerla; o quizá era algo que en medio de mi alucinación quería realmente que pase, ¡era la amiga con quien había nadado hace tanto tiempo! Me reconoció con su mirada y se quedó quieta, se notaba esa sensación de seguridad, quizá hasta cariño similar a la del perro que no te ha visto desde niño y te da muestras de cariño intenso luego de pasados tantos aָños; solamente que en lugar de ladrar, la criatura empezó a hablarme, yo sencillamente no lo podía creer, quizá era el efecto de la borrachera, los tragos de agua salada, la progresiva deshidratación y la pérdida de sangre, pero prefiero creer que no.
“Amigo, que no te extrañe verme de nuevo, porque la vida es así, a los ojos de los humanos existen las despedidas y sin embargo no se dan cuenta de que la sensación que les da en el plexo es sencillamente el ancla que el universo pone a los seres inseparables, para que el tiempo lejos de alejarlos los vuelva a unir inevitablemente. Te agradezco la escolta que me diste hace tantas lunas y como retribución te diré lo que está por ocurrir. Vas a conocer a una mujer que volteará el orden de tu mundo, porque eso es lo que en el fondo tú deseas que ocurra, aunque no lo quieras aceptar. Esta mujer traerá tormentas; desde la cima de una montaña descenderá desenfrenada para rodearse de luces nocturnas intermitentes que volarán a su alrededor y de perros ataviados como vacas mientras busca refugio entre tus brazos, será una bailarina que llevará un río caudaloso en su interior que para ese entonces no sabrá aún como controlar”
Me quedé estupefacto, sencillamente sin habla, suspendido en la ternura de la escena con los ojos clavados en la criatura, y volví a sentir ese cosquilleo en el plexo.
Acto seguido ayudé a mi amiga a tapar el hoyo con arena con sumo cuidado y volví a nadar con ella, hasta donde pude, esta vez fue distinto, no hubo beso esquimal, pero el sentimiento de pertenencia fue aún más fuerte.
A fin de cuentas logré llegar al hotel; en la habitación no había nadie, así que me acosté a dormir, persistía fuerte la sensación de estrés postraumático, el sangrado de la nariz había parado y la deshidratación intensiva me hacía bramar por un vaso de agua. Me refugié en el amortiguamiento del cuerpo hasta el siguiente día.
Al despertar me di cuenta de que había olvidado mi guitarra, bueno en realidad, ¡la guitarra de mi padre! Hice esfuerzos inútiles de búsqueda y rescate en los establecimientos del lugar. El sol del mediodía y la muchedumbre acabaron por extenuarme. Uno puede llegar a sentirse insignificante entre tal masa enorme y caótica de gente en ánimo de vacaciones. Compré un agua de coco y me senté sobre un tronco a convencerme de que había cambiado la guitarra por un frijol mágico, y que el mensaje que me dio la criatura florecería como la planta que crece como escalera para conducirte al cielo.
Ahora que te llevo de regreso a casa, entiendo que me digas que no se vale extrañar o que si se vale, pero que no se vale pasar mal, porque haces tuyas las palabras de aquella criatura mágica que me llevó a conocerte y reconocerte antes de que llegaras, a darme cuenta de que eres tú la llamada a cambiar el orden de mi mundo, a ponerlo de cabeza, como dice Willie Colón “al que madruga Dios le ayuda y eso espero pues me paso toda la noche por ti desvelado”, en este momento caminamos abrazados, diciendo cosas al oído, y el esfuerzo que hiciste por atraer tormentas eléctricas y descender desenfrenada me ayuda a acercarme a ti, tus músculos cansados me dan una posibilidad de tenerte entre mis brazos. Ahora que la bruma cubre todo el aire que te rodea, las luciérnagas se encienden y se apagan a tu alrededor, y los perros blancos con manchas negras salen a tu encuentro, me despido de ti, me quedo inmerso en tus labios y cuando por fin me armo de valor para dejarte y regresar a mi realidad, reconozco el sonido del río caudaloso que pasa por tu casa como el torrente de tu interior que aún, no sabes cómo controlar.
Antes de partir, te digo que el punto final es lo que construye un final feliz, y te regalo la canción que me ayudó a alucinar tu imagen en mis sueños, la puerta hacia el universo donde los sueños se hicieron realidad y mientras sonrío dejándote atrás, la sensación en el plexo se vuelve intensa, seguramente es que el universo me está anclando, preparándome, para volverte a ver.
miércoles, marzo 04, 2009
Cautiverio
El fuego de la chimenea acaricia tu cuerpo con lengüetazos de calor tenue, y mientras te acomodas entre mis brazos me preguntas si alguna vez imaginé tu rostro, o si pensaba en ti antes de conocerte, la respuesta sencilla hubiese sido que soñé despierto y te visualicé por primera vez sin conocerte, sin embargo la historia era un tanto más complicada...
La niebla cubría la carretera con la misma quietud paciente que tienen los felinos cuando duermen, enroscada sobre las montañas ronroneando sobre los prados verdes y desnudos, casi fértiles. El calor de la selva poco a poco iba adueñándose de mi despertar paulatino, y la voz amigable del Waldo me preguntaba sobre las similitudes de mi país, atiné entre sueños a decirle que hay zonas que son casi una copia perfecta de lo que estábamos atravesando. En el asiento trasero mi hermano de alma yacía visiblemente afectado por el exceso de oxígeno, es como si recibieras una dosis excesiva de oxígeno y tus pulmones estuvieran por estallar, ¿te podrías imaginar que es tan fácil respirar que a tu cuerpo le cuesta trabajo acostumbrarse? y de hecho los escalofríos empezaron a apoderarse del organismo de los tripulantes del vehículo que descendía paciente las estribaciones del altiplano hacia una región prácticamente amazónica. Un alto en el camino, y dos oficiales se acercaron al vehículo, haciendo cuestionamientos intensivos y variados, entiendo que se trataba de un procedimiento de rutina, dado que la zona a la que estábamos por entrar es conocida por ser quizá la mayor región cocalera del mundo, el personal antinarcóticos revisaba incansable todas las pertenencias y una leve sonrisa se me escapó por la conveniencia de haber olvidado mi equipaje en el hotel de la ciudad, por lo menos el descuido me ahorró algo de tiempo. Descendimos del vehículo y los policías vaciaron todos nuestros bolsillos, de pantalones y camisas, al no encontrar nada sospechoso nos permitieron continuar.
Cuando llegamos al pueblo hubo un consenso en ir a dormir, sin embargo el acuerdo se rompió al pasar por el primer karaoke, especialmente motivados por la tentadora visión de un par de mujeres de cuerpo y rostro delicadamente tropicales entrando sin compañía al sitio; sin embargo la esperanza de compañía femenina se esfumó al pasar la puerta del sitio, en cuyo interior la cantidad de hombres igualaba a la de botellas vacías y la de mujeres a la de puertas del establecimiento; decidí sentarme, cerrar los ojos y disfrutar de la refrescante sensación del aire ventilado hacia mi rostro mientras bebía a sorbos cortos la cerveza bien helada, la frialdad corría por mi garganta y su efecto relajante se extendía por la columna vertebral invadiendo por espasmos todas las extensiones nerviosas posibles, creo que me excedí en este estado porque no tengo idea como fui a dar a la habitación del hotel.
Al despertar decidimos ir a conocer el refugio de animales en cautiverio, quedaba a 10 minutos del hotel y no tuvimos problemas en localizarlo. En la recepción del recinto esperaban varios guías, es impresionante como la gente que trabaja en beneficio de la naturaleza tiene brillo en los ojos, incluso al escuchar sus explicaciones podía sentir la paz que emanaban sus palabras sencillas pero explícitas, claramente señalando “vaciar todos sus bolsillos, porque los monos son traviesos” no quedaba más remedio que obedecer. La explicación fue breve, pero conmovedora, las historias de los animales demostraban lo crueles que pueden ser los seres humanos, criaturas torturadas en circos, o abandonadas a su suerte en carreteras remotas, o condenadas a crecer encadenadas y casi sin alimento, u otros capturados para ser transformados en adorno de algún traje folklórico de Carnaval; en las fotografías casi podía sentirse el corazón desolado, resquebrajándose con cada respiro, sintiendo como el cautiverio estrujaba con el puño lleno de espinas la piel inocente e indefensa. Los primates estaban a unos pocos minutos de camino, junto con dos voluntarios de ojos brillantes, una verdadera pandilla de monos de distintos tamaños, una colección de individuos con todo tipo de personalidades, a lo lejos en las copas de los árboles, decenas de trapecistas, que iban descendiendo en piruetas circenses de primerísimo nivel hacia el sitio de visitas, y en cuestión de segundos tenía a varios de los artistas hurgando mis bolsillos, es una sensación curiosa sentirse tan tocado, tan registrado por entes de inteligencia tan distinta, debo haber puesto cara de susto porque uno de los voluntarios me indicó que me relaje, que los muchachos se irían si no encontraban nada que les interese, en eso sentí que la mitad del cuerpo de uno de ellos entró en el bolsillo de mi pantalón y salte del susto, corriendo despavorido, las carcajadas del Waldo y mi hermano se fueron desvaneciendo a lo lejos, mientras me iba internando en alguno de los senderos que rodeaban el bosque; el aire sobrecargó mis pulmones y me desplomé al piso para pasar el escalofrío subsecuente,que se mezclaba en mi cabeza con las huellas de la borrachera de la noche anterior, mi cabeza daba vueltas como una rueda desenfrenada descendiendo la pendiente de colina, y el follaje de la vegetación parecía acelerarse centrífugamente hacia mis pupilas, de nuevo, no recuerdo cómo volví a llegar al hotel.
Desperté con el sonido seco del balón de futsal que impactó en la ventana de la habitación, en la cancha de hormigón estaban los muchachos de la cuadra, armando el picadito con apuestas de a un peso, me asomé a la ventana y el Waldo me gritó que baje a jugar, le pedí que me preste una pantaloneta y una camiseta dado que lo único que llevaba era el atuendo con el que salí de la ciudad; me cambié el pantalón y en cuestión de segundos estuve en la cancha con uniforme falsificado de la selección Argentina, no me importó que estuviera lloviendo, cuando llegó el turno de un nuevo equipo a la cancha, saltamos súbitamente el Waldo y yo, mientras con la misma prisa mi hermano se acercaba a una chica que estaba conversando con un anciano en el pasillo del hotel, era obvio que no le interesaba entrar en el partido; fue cuestión de minutos para que otros muchachos se nos unieran y como eramos nuevos en la cuadra tal vez fuimos subestimados; cuando empecé a hablar los lugareños se dieron cuenta de mi condición de extranjero y me encargaron la marca del virtuoso del equipo oponente, era casi un Cristiano Ronaldo, sin embargo creo que la pinta de jugador internacional hizo que yo le ganara la moral y se me hizo sencillo anularlo; nos cansamos de ganar partido tras partido, jugué tanto bajo la lluvia que mi vieja lesión en la rodilla recrudeció apenas finalizado el tercer partido, sin embargo el Waldo quería seguir jugando, me excusé y fui a buscar a mi hermano, quien ya tenía el plan armado, estaba en el auto con la sonrisa fingida, la chica bajo el brazo y el anciano bien guardado, antes de que pudiera darme cuenta estaba bailando salsa en un bar local, y a los originarios de la zona parecía agradarles mucho, me aplaudían, había niñas que me sacaban a bailar, y entre coreografía y coreografía, apareció el novio de alguna de mis parejas, para no alargar el cuento, nos fuimos a las manos, mi hermano, yo, mi rodilla inflamada y la sonrisa fingida acabaron siendo parte de la decoración estampada en la pared; para variar, no se como volví a llegar al hotel.
A las 7:30 de la mañana del día siguiente, un grupo de individuos tocaron la puerta con tal violencia que imaginé que estaban buscando a algún prófugo en una habitación contigua, cuento acabado y volví a dormir. A las 7:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez de forma decente, el Waldo se levantó y le gritaron “sus documentos por favor” yo con el entrecejo fruncido y luciendo todavía el uniforme de Argentina medio me levanté; al llegar a la puerta vi a un par de individuos sin uniforme y dos mujeres aborígenes de baja estatura, busqué mi pantalón, saqué mi cédula y la entregué al tiempo que preguntaba si son de la policía, el tipo que estaba más cerca de la puerta le preguntó a una de las señoras “¿Les reconoce? ¿Son ellos?” y la mujer respondió que no, que eran unos gordos, de nuevo cuento acabado y volví a dormir. A las 8:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez los oficiales camuflados de civil fueron mucho más agresivos, entraron a la habitación, volvieron a pedir papeles y nos dijeron que los acompañemos, porque supuestamente una de las señoras nos había puesto una denuncia por asaltarla a las 3 de la mañana y quitarle 20.000 pesos en efectivo. Antes de irme, me puse de nuevo mi único atuendo propio y mientras me sentaba en la patrulla despertando a mi suerte reflexionaba; debe tratarse de inteligencia policial, es decir, tres turistas durmiendo a las 8 de la mañana son más sospechosos que una señora humilde con una fortuna en el bolsillo deambulando sola por la madrugada.
El investigador encargado del caso tardó en llegar unos 15 minutos, y mis argumentos sobre la irregularidad del procedimiento parecieron enardecer de sobremanera a los oficiales, ante la represalia de vituperios, me encogí de hombros y recordé la imagen de los primates fotografiados en cautiverio, y quizá exagere meterme en ese papel, a tal punto que en el interrogatorio mi mutismo fue prácticamente el propio de un mono araña, limitándome a gruñir de vez en cuando. Y mientras recordaba a los monos que registraban mis bolsillos, los homo sapiens policiales procedían a registrarme de la misma forma, uno de ellos metió una mano en mi bolsillo y tuvo las mismas ganas de salir corriendo despavorido del día de ayer al ver que sacaba un paquete con polvo blanco que yo sinceramente no había visto en la vida. Los momentos desde entonces transcurrían en cámara lenta y a volumen bajo, sencillamente no podía entender lo que me decían, supongo que me acusaron de posesión ilegal de drogas y yo no podía salir del shock, conjeturaba que uno de los monos puso el paquete en mi bolsillo, era la única explicación que podía hallar, sin embargo la historia aunque sincera, fue demasiado esotérica para ser creída por el investigador quien me tildó de mentiroso entre otras tantas cosas. Mientras un oficial me conducía a mi celda, el Waldo y mi hermano eran conducidos al interrogatorio, el oficial que me custodiaba recibió una llamada en su móvil y me quedé estupefacto ante la reja del hueco donde iban a alojarme, a lo lejos las declaraciones de mis amigos llegaban como ecos a mis oídos estimulando un caleidoscopio de imágenes borrosas que se mezclaban con la desesperanza que me inmovilizaba. El oficial me indicó que la investigación continuaría luego del fin de semana, que por motivo del carnaval el personal saldría de vacaciones, eso implicaba que yo pierda mi vuelo de regreso al país; incomunicado, desmoralizado y sin esperanza alguna accedí a entrar a la prisión.
Una cárcel de pueblo, puede llegar a ser un espacio bastante miserable, el olor fétido de fluidos humanos de todo tipo algunos frescos y otros en plena putrefacción, la dactilopintura de heces cubriendo la totalidad de las paredes como un papel tapiz interminablemente nauseabundo, un colchón convertido en caldo de cultivo de bacterias voraces y quizá alguna que otra enfermedad venérea es quizá el objeto más desagradable que he visto en la vida. El calor se intensificaba con los rayos de luz que brillan a lo lejos, lentamente el material que compone el recubrimiento de la celda empieza a evaporarse, transformándose en arreglos microscópicos de nubes pestilentes y paulatinamente anegando el aire escaso que apenas basta para respirar. Y entre el resquicio de las rejas apunto mi mirada al centímetro cuadrado que se dibuja minúsculo entre las paredes lejanas, me refugié en un pedazo de cielo que me permitía pensar en la azul lejanía de tus ojos, que me llenó con la esperanza de que en algún lugar del mundo estabas pensando en mi, mientras te perdías en el tiempo observando el mismo pedazo de cielo. Quizá el estar sumido en una circunstancia tan desesperante desató mis poderes extrasensoriales, pero fue en ese instante la primerísima vez que vi tu rostro, que se dibujó claramente sobre ese pedazo de cielo, y hoy que estás a mi lado se que las revelaciones llegan en los momentos de mayor incertidumbre.
El fuego de la chimenea acaricia tu cuerpo con lengüetazos de calor tenue, y mientras te acomodas entre mis brazos me preguntas si alguna vez imaginé tu rostro, o si pensaba en ti antes de conocerte, la respuesta sencilla hubiese sido que soñé despierto y te visualicé por primera vez sin conocerte, sin embargo la historia era un tanto más complicada...
La niebla cubría la carretera con la misma quietud paciente que tienen los felinos cuando duermen, enroscada sobre las montañas ronroneando sobre los prados verdes y desnudos, casi fértiles. El calor de la selva poco a poco iba adueñándose de mi despertar paulatino, y la voz amigable del Waldo me preguntaba sobre las similitudes de mi país, atiné entre sueños a decirle que hay zonas que son casi una copia perfecta de lo que estábamos atravesando. En el asiento trasero mi hermano de alma yacía visiblemente afectado por el exceso de oxígeno, es como si recibieras una dosis excesiva de oxígeno y tus pulmones estuvieran por estallar, ¿te podrías imaginar que es tan fácil respirar que a tu cuerpo le cuesta trabajo acostumbrarse? y de hecho los escalofríos empezaron a apoderarse del organismo de los tripulantes del vehículo que descendía paciente las estribaciones del altiplano hacia una región prácticamente amazónica. Un alto en el camino, y dos oficiales se acercaron al vehículo, haciendo cuestionamientos intensivos y variados, entiendo que se trataba de un procedimiento de rutina, dado que la zona a la que estábamos por entrar es conocida por ser quizá la mayor región cocalera del mundo, el personal antinarcóticos revisaba incansable todas las pertenencias y una leve sonrisa se me escapó por la conveniencia de haber olvidado mi equipaje en el hotel de la ciudad, por lo menos el descuido me ahorró algo de tiempo. Descendimos del vehículo y los policías vaciaron todos nuestros bolsillos, de pantalones y camisas, al no encontrar nada sospechoso nos permitieron continuar.
Cuando llegamos al pueblo hubo un consenso en ir a dormir, sin embargo el acuerdo se rompió al pasar por el primer karaoke, especialmente motivados por la tentadora visión de un par de mujeres de cuerpo y rostro delicadamente tropicales entrando sin compañía al sitio; sin embargo la esperanza de compañía femenina se esfumó al pasar la puerta del sitio, en cuyo interior la cantidad de hombres igualaba a la de botellas vacías y la de mujeres a la de puertas del establecimiento; decidí sentarme, cerrar los ojos y disfrutar de la refrescante sensación del aire ventilado hacia mi rostro mientras bebía a sorbos cortos la cerveza bien helada, la frialdad corría por mi garganta y su efecto relajante se extendía por la columna vertebral invadiendo por espasmos todas las extensiones nerviosas posibles, creo que me excedí en este estado porque no tengo idea como fui a dar a la habitación del hotel.
Al despertar decidimos ir a conocer el refugio de animales en cautiverio, quedaba a 10 minutos del hotel y no tuvimos problemas en localizarlo. En la recepción del recinto esperaban varios guías, es impresionante como la gente que trabaja en beneficio de la naturaleza tiene brillo en los ojos, incluso al escuchar sus explicaciones podía sentir la paz que emanaban sus palabras sencillas pero explícitas, claramente señalando “vaciar todos sus bolsillos, porque los monos son traviesos” no quedaba más remedio que obedecer. La explicación fue breve, pero conmovedora, las historias de los animales demostraban lo crueles que pueden ser los seres humanos, criaturas torturadas en circos, o abandonadas a su suerte en carreteras remotas, o condenadas a crecer encadenadas y casi sin alimento, u otros capturados para ser transformados en adorno de algún traje folklórico de Carnaval; en las fotografías casi podía sentirse el corazón desolado, resquebrajándose con cada respiro, sintiendo como el cautiverio estrujaba con el puño lleno de espinas la piel inocente e indefensa. Los primates estaban a unos pocos minutos de camino, junto con dos voluntarios de ojos brillantes, una verdadera pandilla de monos de distintos tamaños, una colección de individuos con todo tipo de personalidades, a lo lejos en las copas de los árboles, decenas de trapecistas, que iban descendiendo en piruetas circenses de primerísimo nivel hacia el sitio de visitas, y en cuestión de segundos tenía a varios de los artistas hurgando mis bolsillos, es una sensación curiosa sentirse tan tocado, tan registrado por entes de inteligencia tan distinta, debo haber puesto cara de susto porque uno de los voluntarios me indicó que me relaje, que los muchachos se irían si no encontraban nada que les interese, en eso sentí que la mitad del cuerpo de uno de ellos entró en el bolsillo de mi pantalón y salte del susto, corriendo despavorido, las carcajadas del Waldo y mi hermano se fueron desvaneciendo a lo lejos, mientras me iba internando en alguno de los senderos que rodeaban el bosque; el aire sobrecargó mis pulmones y me desplomé al piso para pasar el escalofrío subsecuente,que se mezclaba en mi cabeza con las huellas de la borrachera de la noche anterior, mi cabeza daba vueltas como una rueda desenfrenada descendiendo la pendiente de colina, y el follaje de la vegetación parecía acelerarse centrífugamente hacia mis pupilas, de nuevo, no recuerdo cómo volví a llegar al hotel.
Desperté con el sonido seco del balón de futsal que impactó en la ventana de la habitación, en la cancha de hormigón estaban los muchachos de la cuadra, armando el picadito con apuestas de a un peso, me asomé a la ventana y el Waldo me gritó que baje a jugar, le pedí que me preste una pantaloneta y una camiseta dado que lo único que llevaba era el atuendo con el que salí de la ciudad; me cambié el pantalón y en cuestión de segundos estuve en la cancha con uniforme falsificado de la selección Argentina, no me importó que estuviera lloviendo, cuando llegó el turno de un nuevo equipo a la cancha, saltamos súbitamente el Waldo y yo, mientras con la misma prisa mi hermano se acercaba a una chica que estaba conversando con un anciano en el pasillo del hotel, era obvio que no le interesaba entrar en el partido; fue cuestión de minutos para que otros muchachos se nos unieran y como eramos nuevos en la cuadra tal vez fuimos subestimados; cuando empecé a hablar los lugareños se dieron cuenta de mi condición de extranjero y me encargaron la marca del virtuoso del equipo oponente, era casi un Cristiano Ronaldo, sin embargo creo que la pinta de jugador internacional hizo que yo le ganara la moral y se me hizo sencillo anularlo; nos cansamos de ganar partido tras partido, jugué tanto bajo la lluvia que mi vieja lesión en la rodilla recrudeció apenas finalizado el tercer partido, sin embargo el Waldo quería seguir jugando, me excusé y fui a buscar a mi hermano, quien ya tenía el plan armado, estaba en el auto con la sonrisa fingida, la chica bajo el brazo y el anciano bien guardado, antes de que pudiera darme cuenta estaba bailando salsa en un bar local, y a los originarios de la zona parecía agradarles mucho, me aplaudían, había niñas que me sacaban a bailar, y entre coreografía y coreografía, apareció el novio de alguna de mis parejas, para no alargar el cuento, nos fuimos a las manos, mi hermano, yo, mi rodilla inflamada y la sonrisa fingida acabaron siendo parte de la decoración estampada en la pared; para variar, no se como volví a llegar al hotel.
A las 7:30 de la mañana del día siguiente, un grupo de individuos tocaron la puerta con tal violencia que imaginé que estaban buscando a algún prófugo en una habitación contigua, cuento acabado y volví a dormir. A las 7:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez de forma decente, el Waldo se levantó y le gritaron “sus documentos por favor” yo con el entrecejo fruncido y luciendo todavía el uniforme de Argentina medio me levanté; al llegar a la puerta vi a un par de individuos sin uniforme y dos mujeres aborígenes de baja estatura, busqué mi pantalón, saqué mi cédula y la entregué al tiempo que preguntaba si son de la policía, el tipo que estaba más cerca de la puerta le preguntó a una de las señoras “¿Les reconoce? ¿Son ellos?” y la mujer respondió que no, que eran unos gordos, de nuevo cuento acabado y volví a dormir. A las 8:35 volvieron a tocar la puerta, esta vez los oficiales camuflados de civil fueron mucho más agresivos, entraron a la habitación, volvieron a pedir papeles y nos dijeron que los acompañemos, porque supuestamente una de las señoras nos había puesto una denuncia por asaltarla a las 3 de la mañana y quitarle 20.000 pesos en efectivo. Antes de irme, me puse de nuevo mi único atuendo propio y mientras me sentaba en la patrulla despertando a mi suerte reflexionaba; debe tratarse de inteligencia policial, es decir, tres turistas durmiendo a las 8 de la mañana son más sospechosos que una señora humilde con una fortuna en el bolsillo deambulando sola por la madrugada.
El investigador encargado del caso tardó en llegar unos 15 minutos, y mis argumentos sobre la irregularidad del procedimiento parecieron enardecer de sobremanera a los oficiales, ante la represalia de vituperios, me encogí de hombros y recordé la imagen de los primates fotografiados en cautiverio, y quizá exagere meterme en ese papel, a tal punto que en el interrogatorio mi mutismo fue prácticamente el propio de un mono araña, limitándome a gruñir de vez en cuando. Y mientras recordaba a los monos que registraban mis bolsillos, los homo sapiens policiales procedían a registrarme de la misma forma, uno de ellos metió una mano en mi bolsillo y tuvo las mismas ganas de salir corriendo despavorido del día de ayer al ver que sacaba un paquete con polvo blanco que yo sinceramente no había visto en la vida. Los momentos desde entonces transcurrían en cámara lenta y a volumen bajo, sencillamente no podía entender lo que me decían, supongo que me acusaron de posesión ilegal de drogas y yo no podía salir del shock, conjeturaba que uno de los monos puso el paquete en mi bolsillo, era la única explicación que podía hallar, sin embargo la historia aunque sincera, fue demasiado esotérica para ser creída por el investigador quien me tildó de mentiroso entre otras tantas cosas. Mientras un oficial me conducía a mi celda, el Waldo y mi hermano eran conducidos al interrogatorio, el oficial que me custodiaba recibió una llamada en su móvil y me quedé estupefacto ante la reja del hueco donde iban a alojarme, a lo lejos las declaraciones de mis amigos llegaban como ecos a mis oídos estimulando un caleidoscopio de imágenes borrosas que se mezclaban con la desesperanza que me inmovilizaba. El oficial me indicó que la investigación continuaría luego del fin de semana, que por motivo del carnaval el personal saldría de vacaciones, eso implicaba que yo pierda mi vuelo de regreso al país; incomunicado, desmoralizado y sin esperanza alguna accedí a entrar a la prisión.
Una cárcel de pueblo, puede llegar a ser un espacio bastante miserable, el olor fétido de fluidos humanos de todo tipo algunos frescos y otros en plena putrefacción, la dactilopintura de heces cubriendo la totalidad de las paredes como un papel tapiz interminablemente nauseabundo, un colchón convertido en caldo de cultivo de bacterias voraces y quizá alguna que otra enfermedad venérea es quizá el objeto más desagradable que he visto en la vida. El calor se intensificaba con los rayos de luz que brillan a lo lejos, lentamente el material que compone el recubrimiento de la celda empieza a evaporarse, transformándose en arreglos microscópicos de nubes pestilentes y paulatinamente anegando el aire escaso que apenas basta para respirar. Y entre el resquicio de las rejas apunto mi mirada al centímetro cuadrado que se dibuja minúsculo entre las paredes lejanas, me refugié en un pedazo de cielo que me permitía pensar en la azul lejanía de tus ojos, que me llenó con la esperanza de que en algún lugar del mundo estabas pensando en mi, mientras te perdías en el tiempo observando el mismo pedazo de cielo. Quizá el estar sumido en una circunstancia tan desesperante desató mis poderes extrasensoriales, pero fue en ese instante la primerísima vez que vi tu rostro, que se dibujó claramente sobre ese pedazo de cielo, y hoy que estás a mi lado se que las revelaciones llegan en los momentos de mayor incertidumbre.